Los mismos, pero nuevos. «Exhalación», de Ted Chiang
Los mismos, pero nuevos. «Exhalación», de Ted Chiang
Exhalación (2020)
Ted Chiang (trad: Rubén Martín Giráldez)
Narrativa Sexto piso, 21 euros

Ted Chiang es un monstruo. Un crack, un fiera, un cocodrilo, un máquina. Un absoluto maestro del relato corto. Los cuentos que forman el volumen, Exhalación, son un despliegue de poderío narrativo, y son todo lo bueno que tiene la ciencia ficción condensado. Fin de la reseña. A casa a leerlo. Una de las funciones de la crítica literaria es indicar a los lectores si es el texto objeto de la misma un libro que les pueda interesar. Debería ser una obviedad tan grande como que el cielo es azul, el oxígeno nos da combustible o que las vacunas funcionan.
La ciencia ficción china está viviendo un momento dulce, en el que autores como Liu Cixin, Xia Jia o Hao Jingfang no solo encabezan listas de ventas, sino que han llegado hasta la prensa generalista. Se han subido a esta ola a autores estadounidenses de ascendencia asiática, como Ken Liu o el caso un tanto particular que nos ocupa, Ted Chiang (que escribe en inglés, dado que sus padres abandonaron China). Es particular, digo, entre otras cosas, porque es poco prolífico. No suele ser el caso, pero uno puede convertirse en un experto en él con solo leer su ficción breve. Lleva ganando premios (no solo premios, sino Premios: el Nébula, el Locus, el Hugo) desde los noventa, y La historia de tu vida, que da nombre a su primera recopilación de cuentos, se adaptó (¡por nada menos que David Fincher!) y fue base así para una de las mejores películas de ciencia ficción en las que se pueden invertir dos horas: Arrival.
No es fácil reseñar un libro tan variado; no en vano sus cuentos se escriben, al menos, entre 2008 y 2020, y, más allá de un cierto optimismo posposmoderno y el tono y forma de parábolas, tienen poco en común la complejidad elegante de Exhalación, la invención arabesca de El comerciante y la puerta del alquimista o la combinación imaginativa entre simulaciones, inteligencias artificiales y crianza que supone El ciclo vital de los objetos de software. Todos los cuentos son, eso sí, reinvenciones originalísimas, tremendamente ingeniosas, de temas manoseados una y otra vez por ingenios menores. Utiliza uno de los mecanismos propios de la ciencia ficción, el extrañamiento, pero no solo con la realidad, con el futuro o con nosotros mismos, sino con estos mismos tópicos, que aparecen así nuevos, extraños, como vistos por primera vez. En manos de un autor distinto estas ideas no habrían dejado de ser curiosidades de gabinete, una más entre tantas: Chiang consigue que todos y cada uno de los motivos a los que se acerca queden subvertidos mientras conservan lo que los hacía únicos. Extrañados. Los mismos, pero nuevos. Y lo hace con limpieza, elegancia y una prosa (y traducción) depurada que nos habla de un gran lector y de un gran corrector con fondo clasicista.
Hay una profunda corriente de humanismo que recorre el tomo. Ejemplifiquemos con El comerciante y la puerta del alquimista. El cuento hace gala de un clasicismo estético que usa los tópicos habituales como material de juego intelectual, pero también es un replanteamiento ético de los mapas en el tiempo. No es la acción lo que cuenta, aunque la enrevesada estructura de cajas interconectadas funcione como un reloj. Es un acercamiento al tema desde un sesgo vitalista, recto y pegado a la experiencia subjetiva. No confía en grandes golpes de efecto, sino en la belleza del dispositivo y en lo que puede indagar sobre el tema. Lo mismo con El ciclo de vida de los elementos de software, que toma el punto de partida de la inteligencia artificial para explorar nuestras relaciones (explotativas o afectivas) con los que son diferentes a nosotros. Humanismo que acoge posturas laicas, creacionismo o religiosidad de igual manera. Si de algo sirve el extrañamiento de la ciencia ficción es para subrayar las constantes universales.
No es difícil encontrarle lecturas en términos de raza, religión o clase, pero son cuentos abiertos a la interpretación que comparten, sobre todo, un afán muy propio del género: preguntas sobre la trascendencia, el por qué estamos aquí y, no menos importante, el cómo. En las notas que siguen a los relatos, y que se agradece mucho que estén incluidas (la edición es cuidadísima: parece que saben que vamos a releer una y otra vez el libro y quieren que lo hagamos con gusto), Chiang detalla influencias, las hipótesis científicas de ayer y hoy en las que se basa y hace todo un ejercicio de honestidad intelectual y estética.
Ah, ¿he dicho que también es emocionante? Nada de esa hard sci-fi que describe, fríamente, ingenios imposibles, no. Dele cinco páginas y a los papagayos protagonistas de El Gran Silencio y estará sollozando una buena media hora. Puede que necesite chocolate para poder continuar con su vida. A este pobre reseñista le pasó. Lean a Ted Chiang. No habrá arrepentimientos.
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