Dignidad de mala madre. “Territorio de luz”, de Yuko Tsushima
Dignidad de mala madre. “Territorio de luz”, de Yuko Tsushima
Yuko Tsushima, Territorio de luz
Traducción de Tana Oshima
Madrid, Impedimenta
200 páginas, 20,50 euros

Una de las labores editoriales más notables de Impedimenta ―además del cuidado de sus ediciones, que no olvidan el concepto de libro como objeto artístico― es la traducción al castellano de obras internacionales que nunca antes habían hecho eco en el campo literario hispánico. Este es el caso de Territorio de luz de Yuko Tsushima, ganadora del Premio Norma en 1978, ahora traducida por Tana Oshima.
La obra de Tsushima supone una historia de superación, pero sobre todo una lucha por la autonomía de la mujer ante un mundo en el que eso no está permitido. La protagonista, en vías de divorcio, está decidida a dedicarse al cuidado de su hija y a continuar con su trabajo de bibliotecaria. Si bien al principio se resiste a aceptar su situación y aviva la esperanza de volver con su marido ―un instinto común frente a las complicaciones diarias y la desaparición de la “comodidad”―, luego se da cuenta de la dependencia que tenía como esposa. Tanta es esa dependencia que la protagonista carece de identidad nominal propia. Se la identifica con el apellido del marido, Fujino, e incluso acaba viviendo en un edificio con ese mismo nombre. La presencia de Fujino es constante, pues la novela se enmarca en el tiempo que estuvo viviendo en ese mismo bloque de pisos. La obra es, entonces, la transición desde esa dependencia matrimonial hasta llegar a ser, como ella dice, “un ser vivo independiente”; algo que de forma simbólica logra al desprenderse de ese piso: “Cuando cambié de apellido, mi primera reacción fue la de abandonar aquel edificio Fujino Número 3”.
El desconocimiento de su nombre por parte de los lectores no es más que la evidencia de que ese nombre, el suyo de mujer independiente, no es significativo en esa sociedad en que le ha tocado vivir. No obstante, la obra entera, al estar contada en primera persona, es un grito a la reivindicación de su Yo como sujeto autosuficiente y con voz propia. Pero ese sujeto no tiene por qué ser infalible, no idealiza su reciente autonomía. Todo lo contrario. La protagonista está en constante conflicto con su nueva vida: desde su lugar como madre soltera ―porque el padre se desentiende completamente; es él quien no puede cuidar ni de sí mismo― hasta su puesto de mujer trabajadora. Tiene que hacer frente a una constante gestión del tiempo: guardería, trabajo, limpieza, compras, maternidad, desperfectos en el piso y vecinos descontentos, entre otras cosas.
Tsushima ―probablemente bebiendo de su experiencia como madre soltera― construyó un personaje que se ve calificado por los que la rodean como “mala madre”. Tiene que soportar las miradas inquisitivas y los reproches ajenos por no ajustarse al canon tradicional de la “madre y esposa perfecta”. La protagonista se adueña de su maternidad y muestra todas sus flaquezas, como humana que es. A pesar de esos “errores” y de la presión a la que se enfrenta, ella no deja de luchar por el bienestar de su hija, incluso en los momentos más críticos. Es ese uno de los elementos más brillantes de la obra: la relación madre-hija; las colisiones que pueden llegar a tener, pero también los vínculos entre ellas. Ese desvivirse de la madre frente a la parcial comprensión de su hija, algo que llega a afectar a los cimientos de su personalidad infantil y los primeros traumas.
Territorio de luz aúna en su prosa una fluidez y una naturalidad que se engarza con un estilo poético y, sobre todo, simbolista. Esa luz que se evoca desde la mirada sufrida de la madre y la mirada inocente de la hija, y que llega a parecer un actante más: “aquella luz me estaba permitiendo, ya desde el primer momento, proteger a mi hija del gran cambio que acababa de producirse en su vida”. Esa luz que todos tratan de arrebatarle y que se manifiesta en el piso hasta ese último atardecer con “una luminosidad casi sofocante”. Pero ese territorio resplandeciente, desde la carencia nominal de la madre, lo que logra es dar voz a toda mujer que lucha por su autonomía. Esto, pese al lapso de más de cuarenta años, sigue sonando a actualidad. No deja de ser un grito de supervivencia en pos de ese renacer(se) desde las tinieblas ―también llamado: patriarcado― que acechan ante cualquier destello de la mujer ―también llamado: vivir―.