In nomine fratrum “Los apóstatas”, de Gonzalo Celorio
In nomine fratrum “Los apóstatas”, de Gonzalo Celorio
Gonzalo Celorio, Los apóstatas
Barcelona, Tusquets
416 páginas, 18,52 euros

La vida familiar transcurre para algunos solo de forma parcial, pues la historia personal de cada uno de sus miembros se torna desconocida, ajena y lejana. Es en la edad adulta, con el pasar de los años, cuando se van descubriendo aquellos secretos que fueron vedados en la infancia. Una vez esa historia de familia se construye y deconstruye, se entierra para olvidarla o se rescata deseando entender las individualidades de aquellos seres que crecen juntos y de los cuales solo se conoce un fragmento de vida —aquella tal vez más rosa, porque probablemente es la que se quiere ver y creer— percibimos la otra cara de la moneda, aquella historia que también sorprende o aterroriza, enaltece o defrauda la imagen que creamos de ellos. Es así como nos deparamos frente a la historia familiar, también la propia historia. Es lo que acontece en Los apóstatas de Gonzalo Celorio (México, 1948), en la que el autor, con su mirada primero de niño y luego de adulto, de forma simultánea, es testigo a veces silencioso y otras veces cómplice, de la vida de dos de sus hermanos.
Celorio conduce la narración desde la infancia y juventud hasta la vejez de Miguel y de Eduardo. En Miguel ve a un padre, a una autoridad, a un modelo a seguir; en cambio, en Eduardo, a un colega, a un amigo y, también, a un rival. A pesar de que entre ambos la distancia generacional es amplia, su historia de vida parte de un punto en común: la trayectoria religiosa, que no es la historia de salvación, sosiego y resguardo que esperan tener, sino todo lo contrario. Fue todo un calvario, en el que padecieron la disciplina rigurosa y las privaciones que esto conlleva, además del abuso y del maltrato físico. No en vano, en este sentido, la novela denuncia los vejámenes que sufren algunos niños y jóvenes durante su formación religiosa, en este caso católica.
Eduardo y Miguel, después de muchos vaivenes, renuncian a sus votos religiosos para dedicarse hasta el final, no sin desatinos, a la vida académica, en el caso de Miguel, y a la vida revolucionaria, en el caso de Eduardo; además a los amores, a los hijos, a las mujeres, a las fiestas y a los viajes. Sin embargo, el dolor y el sufrimiento interior de ambos, nacido desde la edad temprana, no desaparece al apostatar, pues estos se trasladan con sus particularidades a las relaciones tanto íntimas y familiares como profesionales, permaneciendo como testigo el autor, narrador sinfín de las historias de sus hermanos.
En la novela, se narra de forma paralela lo que acontece en el momento histórico mexicano, ya sea a nivel social, o político, y las divergencias entre lo que es nacer en una familia de clase baja y en una de clase alta. Así, a través de los múltiples personajes se evidencian las formas de poder, las tradiciones, los privilegios, las creencias y los valores; así como los encuentros y desencuentros en los que, por un lado, la mujer está en busca del amor y de crear una familia y, por el otro, el hombre se debate entre el idealismo y el hedonismo.
Celorio navega y se sumerge en las aguas profundas y oscuras de la vida familiar, pero la novela también es un viaje al interior de sí mismo, de sus temores infantiles, inquietudes religiosas e intelectuales, contradicciones y desavenencias con sus dos hermanos. Los apóstatas, pues, con un matiz jocoso, irónico y dramático nos conduce a través de los sentimientos, reflexiones y diálogos que teje Celorio con sus familiares y personas más cercanas a lo largo de su vida para reconstruir la biografía de Miguel y de Eduardo. No en vano, el autor en ella afirma que toda novela nace de un conflicto, en este caso moral porque le invade el desasosiego sobre la conveniencia o no de publicar la novela. Con todo, constituye un homenaje a la vida de sus hermanos por los que manifiesta incansablemente amor fraterno.