Canto a la memoria histórica. “Cuatro poetas en guerra”, de Ian Gibson y Quique Palomo

por Oct 11, 2022

Canto a la memoria histórica. “Cuatro poetas en guerra”, de Ian Gibson y Quique Palomo

por

Ian Gibson y Quique Palomo, Cuatro poetas en guerra

Barcelona, Planeta Cómic

120 páginas, 19 euros

El célebre hispanista Ian Gibson y el ilustrador Quique Palomo unifican sus talentos en Planeta Cómic para publicar una novela gráfica que gira en torno a cuatro de los poetas más destacados de la España del siglo XX: Antonio Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández y Juan Ramón Jiménez. La obra toma como base el libro Cuatro poetas en guerra, de Gibson. Como anticipa la portada del cómic, que enseña a los cuatro artistas con una bandera republicana detrás, todos ellos defendieron la democracia, la libertad, la II República, ante el poder fascista. Esta novela gráfica es un canto a la memoria histórica. Cada uno de ellos aportó a la causa de manera distinta. Sin embargo, los cuatro sufrieron un destino similar: el exilio o la muerte; el dolor de tener que dejar España o de estar lejos de sus familias.

Cuatro poetas en guerra es una novela gráfica estructurada en cinco partes. La primera, sirve de introducción al contexto sociopolítico previo a la Guerra Civil (1936-1939), protagonizada por el periodista Pablo Suero, que llega desde Buenos Aires para obtener información sobre el país peninsular: se reunirá con políticos, poetas, a los que entrevistará. Tras ello, se suceden los cuatro núcleos principales de la obra, fieles a la historia real: resultan ser secciones independientes para cada uno de los poetas. En cada capítulo, se producen saltos temporales en los que suelen alternar el periodo bélico inicial (o prebélico) y las consecuencias que padecen los literatos: el precipitado exilio de Machado y su muerte en Colliure; los encarcelamientos de Miguel Hernández y su fallecimiento por tuberculosis en una prisión alicantina; el largo exilio de Juan Ramón Jiménez en América; y el fusilamiento de Federico García Lorca.

El primer poeta al que se rinde homenaje es al sevillano Antonio Machado. Este siempre fue leal a las ideas republicanas, a pesar de la gestión que los gobiernos de la época llevaron a cabo. El andaluz apoyó al sistema democrático con sus líricas sobre la guerra. De hecho, a su último poemario lo tituló La guerra. Machado sufrió su desplazamiento de Madrid, alejándose de su querida Guiomar (Pilar de Valderrama), de Valencia, de Barcelona, hasta que él, su madre Ana, su hermano José y su cuñada Matea tuvieron que huir precipitadamente hacia la frontera francesa. En este viaje, la precaria salud del sevillano se vio agraviada. Tras establecerse en Colliure, a orillas del mar Mediterráneo, el 22 de febrero de 1939 Antonio Machado fallece. Dos días después, lo haría su madre. José encontró en la chaqueta de su difunto hermano los últimos escritos que el maestro lírico creó: en un papel, había escrito “ser o no ser”, unos versos dedicados a Guiomar, y su último verso: “estos días azules y este sol de la infancia”. Si el lector quiere profundizar más sobre ello, se le recomienda la lectura de Esos días azules (2019), de Nieves Herrero, que cuenta la historia  amorosa de Guiomar y Machado y los últimos días de vida del poeta.

Miguel Hernández sigue a Antonio Machado. El alicantino entregó su vida a la lucha antifascista. A diferencia de otros intelectuales, él participó en primera línea de la batalla para ayudar a la causa republicana. Los humildes orígenes del poeta pastor, posiblemente, fuesen la razón de ello. Miguel no entendía cómo el resto de escritores podían presumir de defender la República estando de fiestas y banquetes: “aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta”, pronunció en un acto al que fue invitado Alberti y María Teresa León. La poetisa se dio por aludida y abofeteó al oriolano. Miguel no quiso huir de España por no haber hecho nada malo, pero al ver la evolución de la situación intentó esconderse en Portugal, donde lo descubrieron. El poeta de Orihuela fue trasladado en varias cárceles: Ocaña, Palencia, Alicante, entre otras. Lejos de su amada esposa, Josefina Manresa, y de su segundo hijo, Manuel Miguel (su primer retoño había fallecido a los meses de nacer), escribió en la cárcel, en trozos de papel higiénico, en periódicos, las composiciones del Romancero y Cancionero de ausencias. En marzo de 1942, Miguel Hernández falleció de tuberculosis: le negaron la asistencia médica por su repercusión mediática a favor de la República. Publicado también en Planeta Cómic, la novela gráfica Las tres heridas de Miguel Hernández, de Carles Esquembre, ayuda a comprender la vida del escritor alicantino.

El onubense Juan Ramón Jiménez vivió largos años tras su marcha de España en 1936. Manuel Azaña, buscando la protección del poeta, lo envió como agregado cultural en la embajada de España en Washington, junto a su esposa barcelonesa Zenobia. Al principio, en Estados Unidos apenas tuvo repercusión su petición de apoyo hacia la España republicana. Así pues, Zenobia y Juan Ramón partieron a Puerto Rico y después a Cuba, donde sí ganó éxito y vivió varios años. Juan Ramón, a pesar de estar lejos de su querida España, no estuvo a disgusto con su nueva vida, en la que jamás cesó de escribir. El resto de su existencia podría catalogarse como nómada: también residió en Miami, trabajó en la Universidad de MaryLand (que lo propuso como candidato al Premio Nobel), estuvo en Buenos Aires. Su larga labor literaria logró que en 1956 obtuviese el prestigioso Premio Nobel, que no pudo disfrutar por la reciente pérdida de su esposa. Juan Ramón dejó este mundo en 1958.

Finalmente, se expone la historia más conocida de los cuatro escritores: la muerte de Federico García Lorca en Granada, “en su Granada”, como diría Machado. Las condiciones ideológica y sexual del poeta granadino fueron determinantes para que el régimen cargase contra él. García Lorca, ante las tentativas de la conflagración, decidió irse de Madrid para volver a su Granada, donde creía que se sentiría más seguro. No obstante, Granada cayó rápidamente en manos de los sublevados y su figura corrió grave peligro. Por ello, buscó refugio en casa de su amigo poeta Luis Rosales, de tendencia conservadora. Los hermanos de Luis Rosales mantenían cargos en la administración fascista, por lo que ellos (en especial, José), podrían ayudarlo. Sin embargo, a pesar de la resistencia que la familia Rosales puso, García Lorca fue apresado. Su próximo destino, como él mismo presagió en su poemario Poeta en Nueva York seis años antes, sería ser fusilado, junto a otros dos cadáveres. Su cuerpo, en 2022, aún sigue en paradero desconocido. “Comprendí que me habían asesinado […] Ya no me encontraron. ¿No me encontraron? No. No me encontraron”, dijo García Lorca en su poemario dedicado a las tierras norteamericanas. La muerte de García Lorca continúa teniendo una amplísima repercusión. Gran parte de la población sigue pidiendo justicia por la memoria histórica. Por ello, autores como Carlos Mayoral han reflejado en novelas como Yo no maté a Federico esta trágica y deleznable injusticia.

Cuatro poetas, cuatro destinos. Todos, subordinados a la masacre falangista. Jamás serán olvidados. Su lucha no será en vano. La memoria histórica se ocupará de ello. Tanto tiempo después, continúan en nuestra memoria: ellos han vencido, no el franquismo. En los últimos años, la novela gráfica está en auge. Este novedoso medio puede servir para llevar a un público más amplio, no tan aficionado a la lectura tradicional, temas tan importantes como la vida y los sucesos de grandes referentes de nuestra historia y literatura. De este modo, los escritos de Gibson sobre estos poetas no solamente llegarán a filólogos y amantes de la historia y la literatura, sino a un número mayor de lectores, al igual que ha sucedido con las novelas gráficas de Claudio Stassi: Nada, basada en el libro de Carmen Laforet, La ciudad de los prodigios, que sigue las narraciones de Eduardo Mendoza; o con las vivencias de Federico García Lorca en Lorca: un poeta en Nueva York, de Esquembre.