Hollywood y los excrementos de Pedro Vallín
Hollywood y los excrementos de Pedro Vallín
Pedro Vallín, ¡Me cago e Godard!
Barcelona, Arpa
304 página, 18,90 euros

A la hora de acercarse la cultura cinematográfica norteamericana, la crítica tradicional marxista del Viejo Continente ha tendido a definir el cine de masas como uno de los instrumentos de implantación de las ideas neoliberales en la psique colectiva —haciendo al (supuesto) cine de autor, a su vez, el tedioso abanderado de las ideas y conceptos contraculturales más significativos y difíciles de entender—. Frente a esta perspectiva, según piensa el periodista Pedro Vallín (Colunga, Asturias, 1971), se ha de reivindicar la potencialidad subversiva de las narrativas hollywoodienses, las cuales, entre otras cosas, nos hablan de superhéroes —y, muy especialmente, superheroínas— luchando en favor de los diferentes estamentos sometidos por la élite socio-económica; de gánsteres neoliberales enriqueciéndose a costa de la inoperatividad del sistema; o de robots, vaqueros o detectives luchando hasta su último suspiro por la igualdad entre sujetos. Esta es la principal tesis del autor en ¡Me cago en Godard!, libro en el que hace un repaso por las grandes obras del cine “comercial” americano de ayer y hoy, vislumbrando las fuertes connotaciones sociales intrínsecas a estos celuloides normalmente denostados por parte de la izquierda académica europea.
El lugar en el que caen los excrementos de Vallín puede parecer bastante controvertido en el panorama actual. Para él, la crítica cultural marxista —vamos, toda la crítica cultural, ya que metodológicamente hablando, todas beben del marxismo— ha atribuido al cine de la factoría de Hollywood, en el mejor de los casos, la categoría de mero instrumento de propaganda del sistema, contribuyendo así a la diferenciación burguesa entre arte (las creaciones con premisa intelectual y reflexiva) y artesanía (el resto de entes que puedan ser producidos por el ser humano). Como consecuencia, este mismo sistema teórico, el marxismo, ha acabado coronando al cine de autor, sobre todo el europeo, como paladín cinematográfico de las ideas revolucionarias del pueblo. Encabezados por la teoría y cine godardianos, la aparentemente obtusa crítica marxista acaba enarbolando un cine inaccesible para la propia sociedad oprimida para la que supuestamente trabaja —por sus referencias y lecturas complejas. Pese a lo acertado de su ataque, —pues el menosprecio al cine “comercial” está bastante afianzada en los círculos de debate, así como la presunción del cine de autor como modelo de cine crítico y social— lo cierto es que la vigencia de su argumentación cada vez está menos presente en cualquier discusión cultural. Ya sea por la influencia de las metodologías culturales estadounidenses, caracterizadas por el énfasis en análisis de productos fácilmente accesibles intelectualmente para la toda esa población que no acostumbra a leer filosofía postmoderna, o por, simplemente, el fácil acceso a este tipo de cine, el contexto de debate sobre la cultura ha experimentado un gran cambio en los últimos tiempos. Puestos a encontrar lecturas marxistas, la inmensidad de acercamientos contemporáneos en Europa —y, por supuesto, América— se centra, precisamente, en abordar la supuesta propaganda cinematográfica hollywoodiense desde una perspectiva positiva y que, de ningún modo, defiende el discurso de la élite.
Pese a esto, ¡Me cago en Godard! es un texto muy interesante en lo relativo a los estereotipos que hemos heredado del cine hollywoodiense. Para empezar, Vallín ya nos sitúa en la realidad actual de Hollywood frente al estado, el cual no es solo una amenaza dialéctica para el poder y las élites neoliberales sino que también es un oasis sindicalista en medio del panorama laboral ultraliberalizado del país. En cuanto a las producciones, Vallín nos habla de la importancia del cine de superhéroes para reivindicar valores democráticos; del cine de zombis y alienígenas para empatizar con “el otro”; de la representación de mujeres empoderadas y disidentes en gran parte de las cintas; y, en definitiva, de cómo ese supuesto cine de masas desarrolla diferentes racionalizaciones de los problemas entre la realización del individuo y el poder de la sociedad sobre este. El autor explora filmes de diversos géneros, temáticas y épocas proponiendo interpretaciones adversas a su recepción tradicional. Así, pese a que reconoce que, por ejemplo, el western puede ser observado en clave ultraderechista y anarcoliberal, arguye que este género permite también una mirada desde las premisas sociales de la izquierda de justicia y democracia social. En este sentido, Vallín dibuja un paisaje e historia del cine norteamericano caracterizado, principalmente, por la lucha de sujetos subalternos contra un poder rico/masculino/blanco, desde alienígenas posthumanos luchando por recuperar el control de su planeta, hasta detectives desentrañando corrupciones políticas especialmente dañinas, como siempre, para los desheredados de la sociedad.
En definitiva, el texto de Vallín puede concebirse como un ensayo relevante a la hora de subrayar los distintos estereotipos que hemos asumido sobre las grandes producciones norteamericanas. Pese a que la premisa teórica del periodista cada vez tiene menos arraigo —esa teoría marxista trasnochada y elitista cada vez está quedando más y más diluida en el debate público—, su análisis es gratamente certero, y nos permite analizar desde una óptica inteligible el modo en el que la izquierda norteamericana ha representado y racionalizado sus aspiraciones sociales. Para todas aquellas personas que sientan ese “placer culpable” al ir al cine a ver la nueva película de superhéroes de turno, ¡Me cago en Godard! es, indudablemente, un libro que les permitirá defenderse del pesado de su amigo progre que acaba de volver de Cannes.