Letargo mudo. «Horda», de Ricardo Menéndez Salmón
Letargo mudo. «Horda», de Ricardo Menéndez Salmón
Ricardo Menéndez Salmón
Seix Barral, Barcelona
120 páginas, 19,99 euros

Los seres humanos somos los mamíferos que se encuentran en la cúspide de la pirámide evolutiva gracias a nuestra inteligencia y a nuestro sistema lingüístico, el cual nos permite comunicarnos con mayor precisión en comparación a cualquier otra lengua animal. Es este instrumento fónico el que nos ha posibilitado desarrollar nuestra historia como especie y el que ha condicionado al hombre a ser una criatura que vive en sociedad. La materialización intangible de este concepto tan heterogéneo y global nace de nuestra caja torácica, cámara que expulsa ondas vibratorias moldeadas por la glotis y por el baile de nuestra lengua que al entrar en contacto con el aire se convierte en sonido, cuyo mayor representante es la palabra. Manifestación que tantas veces ha expresado amor, acuerdo, amistad y armonía, pero que muchas otras ha significado un grito de guerra, un medio calumniador, propaganda sensacionalista, o una herramienta de poder. Es precisamente este carácter polarizado de la lengua del que se vale Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) para establecer los cimientos de su historia, narrativa distópica, que recuerda mucho a la obra tan aclamada de Orwell, 1984, en la que las personas han sido privadas del don del lenguaje y viven en una sociedad dirigida por niños en la que se rinde culto a la imagen como único medio de comunicación.
Él es el protagonista de este libro, un hombre atormentado por la vacuidad de su existencia que ansía la libertad que nunca ha experimentado. Su vida (por calificarla de alguna manera) en la resplandeciente metrópolis se basa en el miedo y en la pasividad de ser un sujeto más atrapado en un régimen social dictado por los niños, quienes ya no representan el papel de unos seres llenos de vitalidad, alegría e inocencia; son un horda despiadada que han sojuzgado a toda la población adulta bajo su poder e influencia. Cansados de una realidad maquiavélica en la que los adultos utilizaban la palabra para buscar sus propios beneficios sin importar los medios para conseguirlos (mentiras, amenazas, ultrajes, difamaciones, etc.), la población infantil se rebeló contra sus congéneres y estableció una política encabezada por el mutismo y el control. Para mantener este estado eterno de vigilancia, los habitantes de las ciudades deben someterse a numerosos “controles de experiencia”, en los que una persona es conectada por la nuca a un tesauro, un sistema de búsqueda lingüístico que inspecciona los estímulos exteriores recibidos por el individuo durante un periodo de tiempo. Además, la ciudad está bajo el control de Magma, máquina instalada en todas las viviendas y lugares de reunión que se encarga de proyectar cada día una imagen aleatoria, la cual puede ser una creación propia del artefacto, o ser tomada de la historia del antiguo mundo. Y, por si todo esto fuera poco, a cada habitante le corresponde un mono como compañero de vida, acto cruel que simboliza la condena de la humanidad ante la imposibilidad de recordar su propia habla; los relega de su jerarquía animal para situarlos al mismo nivel que sus antecesores de origen y recordarles su nueva naturaleza impuesta.
La obra se estructura en tres partes que tienen como eje central la conversación que Él tiene con una mujer riente, aunque el término más adecuado para referirse a dicho encuentro es el monólogo, ya que es solo ella quien habla. Él la conoció una tarde en su patio comunal, donde la vio sentada en la fuente central leyendo un libro del que se cayó una fotografía. Desde ese momento, Él no pudo expulsar de su mente a aquella mujer misteriosa, quien al escapar emitió un sonido desconocido en un principio para él, pero que más tarde lo comprendió: la risa. Tras pasar varios días atrapado en un duelo interior, decidió que ya era el momento de romper con la norma exigida y huyó de la tiránica verdad en su búsqueda. Una vez juntos, ella le contó todo: por qué los niños habían tomado el mando comunitario, cómo lo consiguieron, por qué el habla y/o la lectura eran penados con la muerte y cómo era el mundo anterior a estos sucesos.
Ante la inminente amenaza de ser descubierto por lo niños durante un control de experiencia, Él se marchó de la ciudad y emprendió un camino sin rumbo, pero lejos de aquella edificación distópica morada por infantes impíos de los que seguramente fue parte en un principio de su vida. Con él se llevó el libro de la mujer, que intentó leer durante mucho tiempo sin éxito. Un objeto que antaño fue considerado por muchas personas un tesoro, una fuente de conocimientos, un medio de inspiración, o un legado, en ese momento solo representaba el castigo de un sociedad sometida y sin memoria a la que se le había arrancado la palabra de la garganta para quedar inmersa en un letargo martirizado por el silencio.
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