Un retrato de la España desmemoriada: “Los ojos cerrados”, de Edurne Portela

por May 24, 2021

Un retrato de la España desmemoriada: “Los ojos cerrados”, de Edurne Portela

por

Edurne Portela, Los ojos cerrados

Barcelona, Galaxia Gutenberg

204 páginas, 17 euros

Existe un tipo de historias que todos conocemos, aunque no sepamos contarlas sin mirar el papel. Todos las hemos oído alguna vez e incluso las reconocemos cuando nos las vuelven a contar. Pero parece que no les hemos prestado la atención que merecen, aunque una y otra vez salgan reproducidas tal y como fueron, en unos casos, o reinventadas, en otros. Han pasado desapercibidas porque ya no nos representan, porque son cosas del pasado (¿a que suena eso de “el pasado, pasado está”?). Algo de unos vencedores y unos vencidos. De personas que huyeron a las montañas. De otras que las persiguieron. La innecesaria intención de abrir viejas heridas, cuando se nos olvida que muchas de estas heridas no han estado nunca cerradas. Que a veces un besito de mamá y una tirita no es suficiente. Y así las dejamos apartadas, sin llegar a olvidarlas nunca del todo. Y entonces alguien llega y sopla. Y escuece.

Los ojos cerrados, la novela que acaba de publicar Edurne Portela (Santurce, 1974), trae de vuelta la sensación de que muchas de esas historias han sido enterradas de la peor forma posible: mediante el olvido. Y es que aborda el legado de la guerra civil que ahoga a un pequeño pueblo serrano de cualquier parte de la España vaciada, Puerto Chico. A priori se puede entender que no resulte apetecible porque parezca que bebe del tópico –ya saben, aquello que denunciaba Isaac Rosa en ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! (Seix Barral, 2007)–, pero en pocas páginas Portela logra desmontar ese prejuicio a través de una prosa delicada y fragmentada que no deja indiferente.

La novela cuenta la historia de Pedro, un hombre ya mayor que de niño, aunque vilipendiado y arrinconado, no fue del todo inocente. De esta manera configura Portela a este personaje que no puede descolgarse de su pasado, del que se siente en parte víctima, pero también verdugo. Al otro lado está Ariadna, una mujer que llega al pueblo arrastrando a su pareja, Eloy (que pronto perderá la paciencia y querrá regresar a las comodidades de la ciudad que tanto echa de menos), porque siente que tiene una cuenta pendiente de la que nunca ha tenido la ocasión de desprenderse. Este encuentro entre presente y pasado es el que acaba configurando ochenta años de historia de este pequeño pueblo, de las montañas que lo rodean y de los pocos habitantes que aún lo ocupan respetando, eso sí, sus peligrosas lindes.

Como consecuencia de ese sentimentalismo fácil que la autora trata de evitar a toda costa, el texto requiere una lectura activa, atenta a los detalles que aparecen de forma fragmentaria, desordenada, rompiendo cualquier concepción lineal de la historia. Precisamente ese es uno de los grandes aciertos de este texto, que logra contar una historia reproduciendo los fogonazos –que unas veces serán más vívidos, otras lo serán menos– de la memoria de alguien que, como desvelará un final medido al milímetro, no sabe cómo se perdona a quien jamás se disculpó.

La autora ya reconoció hace unos años –después de publicar un ensayo sobre la cultura y la memoria de la violencia de ETA– que solo a través de la ficción lograría llegar a los caminos que más le interesaban: el plano de la experiencia imaginada desde un punto de vista íntimo, muy cercano. Sin ninguna duda, en Los ojos cerrados logra imaginar esas vidas rotas desde los afectos de sus personajes evitando a toda costa la manipulación sentimental en la que fácilmente podría haber derivado su relato como tantos otros han hecho antes.

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