¿Idea de vida frente a vida?

por Nov 12, 2022

¿Idea de vida frente a vida?

por

Jonás Trueba, Tenéis que venir a verla

Reparto: Itsaso Arana, Francesco Carril, Irene Escolar, Vito Sanz

Duración: 64 min.

Sabe mirar Jonás Trueba (Madrid, 1981) a sus semejantes. Se sabe sus gestos, las inflexiones de su dicción según qué quieran decir o no decir, las inflexiones de sus silencios según quieran callar y no revelar o revelar callando, las distintas maneras de decir que sí diciendo que no con la cara o de decir que no diciendo con la cara que ni siquiera habría hecho falta preguntar. Se sabe Trueba dónde las conversaciones de los treintañeros tardíos que más o menos tienen una vida cultural activa ‒leen y comentan por encima a Sloterdijk‒ encallan, dónde remontan, dónde se apaciguan, dónde se oscurecen, dónde llegan a la verdad o dónde a la impostura, dónde al flirteo y dónde a la cumplida cortesía, dónde a la desmoralización y dónde al autoengaño. Sabe Trueba qué camino y qué trazos sociológicos y estéticos pueden adoptar esas personas con la edad y la inquietud cultural mencionada, por dónde pueden ir sus pensamientos y por dónde sus contra pensamientos ‒esos que no se esperan, aunque sean propios‒, por dónde sus gustos, por dónde sus miedos, por dónde sus pasos en falso, por dónde sus contradicciones, por dónde sus ridiculeces, por dónde sus inconsistencias, por dónde sus amarguras ocultas, por dónde su lealtad forzada, por dónde de pronto una liberación.

Sobre todas estas cosas habla Trueba en Tenéis que venir a verla (2022), exactamente como ya ha hecho en todas sus películas anteriores sobre el tema ‒Todas las canciones hablan de mí (2010),  Los ilusos (2013), Los exiliados románticos (2015), La reconquista (2016),  La virgen de agosto (2019)‒, solo que esta vez sucede lo contado con una concentración propia de quien ha alcanzado ya la madurez de su expresión, y así no necesita de ningún exceso, y le basta con apenas una hora, tres escenarios y cuatro breves y deshilachadas conversaciones para conformar un corpus preciso e inspirado de las maneras de quienes hoy en este país encaran los cuarenta encarando las incertidumbres del ser, de la pareja, de la familia, del trabajo, de la amistad desconcertante por casi perdida, del tiempo que llega y no parece que sea para uno. Así, dos parejas heterosexuales: una insiste en que la otra tiene que ir a ver la casa en la que viven desde hace poco, una casa en la sierra, el símbolo de su nueva etapa vital: la estabilidad, la adultez plena.

La película lanza, hallándola en el estudio meticuloso de los gestos mínimos de cada personaje, la siguiente cuestión: a cierta edad, uno no está a salvo de entender de pronto que su vida es más un relato que una vida; a cierta edad, uno no está a salvo de preferir los elementos narrativos antes que la historia, porque uno no está a salvo de darse cuenta de que la historia es incierta y de que en verdad no depende de uno mismo, de modo que prefiere el coche, la casa, la urbanización, la esposa o el marido, el/los hijo/s y/o la/s hija/s, a preferir lo que pueda venir sin pensarlo demasiado, es decir, que prefiere antes el flotador que la piscina.

Sí, una pareja está sumida en ese rol, en el “rol del relato”, y la otra sigue aún en el “rol de la vida”. Así, por un lado, la primera se muda a la sierra, emplea el coche para todo, no tiene amigos allá donde vive, planea tener una familia, gastar ya su vida en ello. Por otro lado, la segunda pareja asiste perpleja, y obligada por la decencia y la empatía, a la escenificación de la nueva vida de esos amigos, vida que les huele a responsabilidad falsa y vacía. La segunda pareja se siente lejos de todo eso, vive ajena a esa opción, cree que la vida de sus amigos está secuestrada por un huero empeño, y ven la casa de la sierra como si vieran un risco o una sima cualquiera. Para ellos, es como si la vida aún fuera lo que va viniendo, y no entienden el encastillamiento de sus amigos.

Sí, Trueba ha formulado con sencillez pero con profundidad la siguiente tesis: el relato frente a la historia, la urbanización frente a “lo que venga”. Según él lo ha querido mostrar: la idea de la vida frente a la vida.

Ahora bien, y a modo de contrapeso y de mínima alarma: debe ir guardándose Jonás Trueba de caer en la confusión de que lo lírico es lo cuqui, porque corre el riesgo ‒ya lo ha corrido por momentos en esta película‒ de que le pase como a Pedro Almodóvar, que también ha trocado lo lírico por otra cosa, en su caso por lo melifluo burgués en Julieta (2016), Dolor y gloria (2019) y Madres paralelas (2021), creyendo que en un piso de Velázquez con Hermosilla se puede encontrar más delicado lirismo que en uno perdido en Las Colmenas de la Concepción ‒escenario de la impecable ¿Qué he hecho yo para merecer esto! (1984)‒. Esperemos que la mirada poéticamente concisa de Jonás Trueba siga proponiendo tesis interesantes, y que no se abandone a la caricatura de los melifluos indies, creyendo que un jersey de lana y unos gestos melosos cuentan una sutil historia por sí mismos.