La obra que Sara Mesa debía a los animales. “Perrita Country”, de Sara Mesa
La obra que Sara Mesa debía a los animales. “Perrita Country”, de Sara Mesa
Sara Mesa, Perrita Country
Madrid, Páginas de Espuma
112 páginas, 16,15 euros

Sara Mesa (Sevilla, 1976) le debía un texto a los animales. Perros, gatos y pájaros han habitado sus cuentos y novelas desde sus inicios, pero su presencia y valor actancial han ido ganando una importancia progresiva en las tramas narrativas de sus obras. Podría trazarse una línea que nace en Tifón (el can que vaga por la ciudad de Vado en Un incendio invisible), que continúa en el perro que vive en el patio de vecinos de Sonia (breve destello alegórico en Cicatriz y trasunto de su protagonista), que sigue discurriendo por los pájaros que pueblan el particular locus amoenus de Cara de pan (obsesión del Viejo y de evidente valor simbólico en la novela), y que llega hasta Sieso, compañero de Nat en Un amor, álter ego de la joven y protagonista tácito de esta obra.
Perrita Country es una novela corta, de poco más de cien páginas, que comienza con la llegada de una profesora de primaria a un área periférica de una ciudad junto a su gato Ujier, un hermoso minino que es dueño absoluto del hogar. Un tiempo después de instalarse en el destartalado barrio, repleto de descampados y obras sin terminar, la joven decide adoptar un perro. Así llega a la casa Perrita Country, “una perra desaliñada, sin armonía, hecha como a pedazos” (p. 21), que seduce a la protagonista precisamente por su aspecto herido y marginal. Comienza así la verdadera peripecia de la novela: la acogida de la perra por parte del maniático Ujier, la relación que se va estableciendo entre los dos animales, el particular vínculo que se va forjando entre ellos y su dueña.
Se trata de un texto más descriptivo que narrativo, que contiene todos los elementos esenciales del universo de la autora. Encontramos de nuevo a un narrador-protagonista femenino que se esboza como un ser liminar, con un pasado desconocido apenas apuntado pero que denota una dudosa moralidad. Como la protagonista de Un amor, llega a un nuevo entorno donde es cuestionada y juzgada desde el principio (“«Ella y su novio». «Ella y su hermano mayor». «Ella y su amigo maricón». «Ella se ha divorciado». «Ella ya tiene una edad». «Ella es rara, pero él lo es aún más»”, p. 8). La casa, destartalada y ruidosa, constituye un lugar simbólico, que permite establecer una contraposición con el exterior, el espacio del escrutinio social (como lo fuera también en Un amor). No obstante, todos estos aspectos no parecen estar tan pulidos como en obras anteriores, porque el foco narrativo se sitúa aquí en el nexo entre la protagonista y sus animales, de un lado, y, de otro, en la relación entre Ujier y Perrita Country y en la especial comunicación que se establece entre los tres. El lenguaje, tema también abordado por la autora en obras previas, constituye el eje que vertebra la conexión entre los personajes. La protagonista no es capaz de hacerse entender en su trabajo o entre sus vecinos, pero sí conectar con su gato y su perra: “Debe haber un conocimiento que no tiene relación con los hechos, una comunicación hecha de otra materia o, mejor dicho, hecha sin materia, escurridiza y voluble: el hilo que se tiende entre sus ojos y los míos cuando olvido la pretensión de entenderla y simplemente la miro, nos miramos” (p. 47).
Las relaciones de dominio y sumisión, tema preferido por la autora y presente en todos sus textos, se abordan también en la novela y el modo en que se representa es uno de sus aspectos más notables. Cuando la maestra decide adoptar a Perrita Country, su mayor temor es cómo gestionará Ujier, territorial y posesivo, la llegada a su reino de un nuevo habitante. La protagonista prevé una encarnizada lucha de poder y elabora todo un plan de distribución de espacios para facilitar su convivencia. Sin embargo, el perro y la gata aceptan pacíficamente la presencia del otro. La novela subraya así la grandeza moral de los animales, capaces de gestionar instintivamente sus diferencias sin establecer las dinámicas de dominación que rigen las relaciones humanas: “Son dos naturalezas diferentes que tratan de entenderse sin invadir los dominios contrarios. Gran lección la que me dan estos dos: han conseguido aquello en lo que yo llevo toda la vida fracasando” (p. 39).
Perrita Country es un texto muy especial dentro de la bibliografía de Mesa. Se trata de la primera obra que publica fuera de la editorial Anagrama, lo que posiblemente se deba a la oportunidad formal que ofrece aquí el sello de Páginas de Espuma. Se trata casi de un libro-joya, pues se presenta en una cuidadísima edición de forma cuadrada y tapas duras, y el texto se acompaña de los hermosos trazos de Pablo Amargo, Premio Nacional de Ilustración. Así pues, la autora traslada también a la belleza del libro-objeto el homenaje que ofrece a los animales, a quienes Mesa regala, por fin, un merecido rol privilegiado en una de sus novelas.
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