Una denuncia social atemporal: «El hombre de la dinamita», de Hening Mankell
Una denuncia social atemporal: «El hombre de la dinamita», de Hening Mankell
Hening Mankell, El hombre de la dinamita
Traducción de Carmen Montes
Barcelona, Tusquets
237 páginas, 18,50 euros

Una calurosa tarde de verano en Suecia. 1911. Un túnel (futuro túnel). Una vía para el ferrocarril (más bien futura vía, y no sabemos si ya habían construido los trenes que fueran a pasar por ahí). Un equipo de dinamiteros. Una mecha que no prende como es debido. Y Oskar Johansson pierde todo el pelo, un ojo, la mitad del pene, una mano. Contra todo pronóstico el dinamitero sobrevive a la explosión. Y no abandona su trabajo. Tampoco es que el sistema, que tratará de cambiar a lo largo de toda su vida, le fuera a permitir disfrutar de una baja por accidente laboral y abandonar su puesto de trabajo a la ligera; pero el acontecimiento, del que Oskar no recuerda nada, no marcará en absoluto su buena predisposición hacia su oficio. Lejos de centrar sus esfuerzos en cambiar las precarias condiciones laborales de los obreros suecos a principios del siglo pasado (aunque la situación es extensible más allá de la diacronía y diatopía del personaje), se sumará a la petición de un cambio de mayor envergadura: la eliminación del sistema capitalista, que “cae por su propio peso”, en beneficio de “los socialistas”, que tanto él como su amigo Magnus están convencidos de que revolucionarán el sistema y arreglarán todos los problemas. Y pasarán los años sin que los socialistas supongan un cambio real para la clase obrera, y se casará –no con quien era su novia antes del accidente, esa lo dejó, sino con la mujer que conocerá tullido, que ignorará sus heridas y compartirá con él tanto vida personal como activismo político–, y tendrá hijos, y seguirá siendo dinamitero hasta su jubilación. Y pasará toda su vida esperando un cambio que no acaba de llegar.
El narrador no conoce la historia de antemano. No participa de los acontecimientos ni los juzga. El narrador se limita a recopilar los relatos contados por un Oskar Johansson jubilado, viejo, cansado y excéntrico. Y así le llega al lector la historia: fragmentada, desordenada, cortada por los pensamientos de Johansson, sus soliloquios mientras recuerda el pasado; repleta de textos poéticos, consignas reivindicativas, elipsis narrativas. Y el amigo de Johansson que nos traslada su historia no participa del dolor del dinamitero, pero lo refleja. Y la alegría y el dolor se suceden; y el tedio y la diversión, en una suerte de baile emotivo, de cartografía de la vida. No solo de la vida de Johansson. El estilo narrativo, la temática, el tratamiento de los espacios y los personajes sirven a un propósito concreto: denunciar las condiciones laborales de la clase obrera. Condiciones que no cambian con el paso del tiempo. Condiciones que, en vez de mejorar con el prometido modelo social sueco, continuaron estáticas. Condiciones que afectan a millones de personas. Condiciones que, lamentablemente, son similares a las que sufren muchos trabajadores de muchos países más de un siglo después de que a Oskar Johansson le explotara la dinamita en la cara.
Así es la primera novela de Henning Mankell (Estocolmo, Suecia, 1948-Gotemburgo, Suecia, 2015). Bergsprängaren se publicó en sueco en 1973, pero no tuvo tanto éxito como las obras que le siguieron, la serie de novela negra protagonizada por el detective Kurt Wallander, que fue, en vida del autor, traducida a 42 idiomas y adaptada a series televisivas y películas. En 2018 por primera vez se publica una traducción de Bergsprängaren al castellano. Tusquets Editores, que ya había reeditado la mayor parte de la producción de Mankell, saca a la luz el olvidado primer texto del autor sueco. Apenas dos meses después de la primera edición se publica una segunda. Y pocas veces sucede que el éxito comercial vaya parejo con la calidad literaria de una novela; pero es, sin duda, el caso de la, primera para él y última para nosotros, obra de Mankell. Bien hilada, bien escrita, no es una novela de denuncia social más. Es una obra que cuida los detalles, que ata todos los cabos que la narración fragmentaria abre. Es una novela de calidad literaria e interés social. Una pena que Mankell falleciera antes de disfrutar del reconocimiento y éxito internacional por su primera novela.