Una escritora de temas complejos. Entrevista a Liliana Blum
Una escritora de temas complejos. Entrevista a Liliana Blum
Liliana Blum (Durango, 1974) es una escritora que ha demostrado su habilidad en distintas ocasiones. Tiene tres novelas publicadas: «Residuos de espanto» (2013), «Pandora» (2015) y «El monstruo pentápodo» (2017, 2019). Asimismo, su trayectoria también incluye varios volúmenes de relatos: «No me pases de largo» (2013), «Yo sé cuando expira la leche» (2011), «El libro perdido de Heinrich Böll» (2008), entre otros. Sin embargo, por los devenires del mundo editorial, no ha sido hasta ahora cuando se puede encontrar uno de sus libros en España, por lo menos en físico. Debemos su llegada a la editorial Páginas de Espuma, que editó este 2019 «Tristeza de los cítricos», su más reciente trabajo. Como parte de su visita a Madrid para promocionar el libro, la escritora mexicana concedió esta entrevista a la Revista Contrapunto.
Tristeza de los cítricos es un volumen bastante heterogéneo. Aun así, se pueden rastrear ciertas líneas que enlazan los distintos relatos (muchas de ellas definirán las preguntas que siguen). En este sentido, parece apropiado empezar por lo que probablemente sea (al menos así me pareció como lector) el tema principal del libro: la violencia. ¿Por qué centrarse en esta cuestión, que, además, has explorado en otras obras?
No fue concebido en sí, el volumen, como un todo, así como un proyecto, sino que alguna vez, hace mucho tiempo, yo quise escribir sobre el desamor. O sea, al considerar mis experiencias y las de mis amigas, que a veces tienen unas historias tremendas, dije: “Algún día voy a escribir un libro con todas las historias de desamor de mis amigas”. Por supuesto, muchas se me han olvidado. Pero algunas las rescaté y, sin querer, el trasfondo de todo siempre es la violencia. Es así en las relaciones humanas. Yo pienso que la naturaleza humana es muy oscura, más de lo que nos gustaría pensar, y eso es algo aterrador. Lo podemos unir, por ejemplo, con la situación de México, ¿no? Que está como desatada la violencia. A lo mejor mucha gente tiene una naturaleza oscura, pero está restringida por las consecuencias. Si vas a Estados Unidos, no se te ocurre ni tirar un papelito porque la multa es de dos mil dólares. Cuando sabes que no pasa absolutamente nada si robas, si matas, si violas, si quemas niños… Mucha gente se está atreviendo a ser quien es. Entonces, a mí el tema de la naturaleza humana siempre me ha intrigado y también, paralelamente, la imposibilidad de los seres humanos de relacionarnos los unos con otros. Las relaciones entre padres, madres e hijos y las relaciones de pareja son las cosas más complicadas y, si acaso, apenas podemos aspirar a una relación con fecha de caducidad. Son una de las cosas que más ansiamos pero que pocas veces logramos.
Siguiendo con este tema, exploras formas sutiles y, por eso mismo, más complejas de violencia. Resulta interesante, porque es una violencia un tanto ambigua. Si consideramos el primer relato, “Conejillo de indias” (que narra la vida de una mujer que engaña a su marido), es difícil saber contra quién se ejerce la violencia. Incluso la protagonista que, de hecho, ejerce el acto violento más claro (la infidelidad), también es una víctima. ¿Por qué abrir el libro con una exploración de este tipo de violencia sutil?
Quizá porque el matrimonio representa la cúspide de esta imposibilidad de relacionarse. Mi exmarido, justamente, cuando alguien se iba a casar, decía: “Felicidades, nadie merece ser feliz”. Lo decía como de broma, pero, al final, se vuelve una dinámica bien compleja, el matrimonio. Hay como esta violencia socavada, en la que quizás cada quién se siente justificado en tener una revancha contra el otro. Es una cosa muy compleja.
Decidí abrir con ese cuento porque, si hubiera empezado, no sé, con el de “Picota” o algo así, pues igual el lector dice: “No, gracias”. Además, creo que, de todas las imposibilidades, el amor de las madres es, de ese tipo de relaciones, quizá la única que, a pesar de todo, no voy a decir que vale la pena, sino que existe de manera más pura. Y en ese cuento, al final, es lo que vuelve a jalar a la mujer. Es su ancla, la niña y cocinar con ella ese panqué al final.
Volviendo a la naturaleza oscura de la humanidad. El problema de la ambigüedad de la violencia es una preocupación constante en el libro, se explora incluso en relatos en los que hay actos violentos más explícitos. Por ejemplo, en “Picota”, la protagonista es víctima y victimaria: es prisionera de unos criminales que la torturan y violan, pero acaba en esa situación porque ella colaboraba con un grupo que trafica con humanos. ¿Por qué te interesan este tipo de personajes?
Las cosas nunca son tan sencillas como blanco y negro, que ojalá que fueran, sería tan… Por ejemplo, ahorita el presidente que tenemos en México cree que, regalando dinero a los chicos de escasos recursos, ya no se van a meter al narco. Y a veces son otras cosas. Hay quien tiene verdadero gusto por el sufrimiento ajeno, el sadismo, o tiene una ambición desmedida. Por ejemplo, a mí nunca me ha interesado tener un teléfono caro, pero a esta chica del cuento sí. Tampoco es esto de “el capitalismo te mete las cosas por los ojos y te obliga a que desees cosas y hagas lo que sea por obtenerlas”. Siempre son situaciones más complejas, ¿no? A veces, quien aparentemente es una víctima, a su vez… Todo es una escala: tenemos el pie encima de alguien y alguien lo tiene encima de nosotros, como esas mamás a quienes el marido golpea y ellas van y golpean a los hijos. En “Picota”, a esta chica la ambición es la que la lleva a esa situación.
El relato está basado en una escena personal, de cuando yo vivía en Tampico, que está en el Golfo de México. Tampico y Tamaulipas, que es todo el estado, era terreno del Cartel del Golfo, que tiene su historia desde la prohibición del alcohol. Entran los Zetas e invaden el territorio y se origina una pugna. La delincuencia del estado estaba con unos o con otros. Recuerdo que sucedieron dos cosas. Cerca de mi casa apareció, en una hielera, la cabeza de una mujer, que era de los Zetas, que era la encargada de cobrar a los migrantes el paso entre Veracruz y Tamaulipas a los que no pagaban, los mataban ahí. Los del Cartel del Golfo mataron a esta mujer. Entonces, ya también dices: ¿es realmente bueno quien mata a alguien que es malo? Y, una vez que iba saliendo muy temprano de mi casa, en un paso a desnivel, estaban cuatro personas colgadas. Eran tres hombres y una chica. Recuerdo que me impresionó mucho: a la chica se le había caído la falda y tenían todos sus letreros que indicaban por qué habían sido asesinados. Al día siguiente salió una nota en el periódico, la chica tenía quince años. Entonces, yo dije: ¿cómo alguien así llega a esta situación? De ahí nace la historia. Es una de las pocas veces en que he abordado el tema del narco, me había prometido no tocarlo porque ya estaba muy sobado por mis colegas mexicanos.
Vemos un caso menos ambiguo en “Desnuda como un sándwich de carne”. La mujer que protagoniza este relato sufre una violación y es indiscutiblemente una víctima. Pero, al mismo tiempo, es interpelada por su madre y su amante, quienes le dicen que actúa de manera “incorrecta” (se viste “provocadoramente”, sale sola). Aquí hablo como alguien que ha vivido en un país violento, Venezuela: parece que se quiere dar algo de culpa a las víctimas por no ser suficientemente precavidas. ¿Hasta qué punto consideraste esta doble forma de violencia a la hora de escribir este y los demás textos?
Inconscientemente, porque es como el pez que no se da cuenta de que está dentro del agua. Eso es lo que inconscientemente pensamos. No está bien, pero, como vivimos en esa realidad tan terrible, yo también le diría mi hija: “No, no salgas sola”. Justo en esa época, cuando viví en Tampico, te subías a un taxi y el taxista te violaba y te tiraba a una laguna (porque está lleno de lagunas). Era un periodo especialmente peligroso. Recuerdo que, cuando era joven, me llegaron a seguir y es la cosa más terrorífica (digo, nunca me pasó nada, gracias a Dios), pero esta cosa de que vas sintiendo que el tipo viene atrás y cómo que te apuras y él también. Entonces, de alguna manera, en estos textos están reflejados mis miedos diarios, como mujer y como mexicana.

La peor parte es que es algo con lo que cualquier mujer puede identificarse, en México, en España o en cualquier parte, probablemente.
Hace un tiempo, cuando mi hija tenía catorce (ahora tiene dieciséis), me preguntó por qué los hombres dan tanto miedo. Entonces, le pregunté por qué lo decía y me respondió: “Porque si yo voy por la calle y viene de frente otra mujer, no me cruzo, no me da miedo que me vaya a hacer nada. Si viene un tipo, sí”. Por supuesto, no son todos, pero hay algo, ¿no?
Discutir “Desnuda como un sándwich de carne” nos lleva, inevitablemente, al tema de la violencia ejercida contra las mujeres, una preocupación que también aparece en otros de tus trabajos. Sin embargo, resulta interesante cómo profundizas en diferentes perspectivas: la protagonista de “Picota”, ya lo dijimos, es víctima y victimaria; “Una novia para Kafka” es narrado por un violador, que es un enfermo mental; en “Desnuda como un sándwich de carne”, la voz narrativa pertenece a la víctima. ¿A qué se debe ese interés por explorar la mente de individuos tan diversos, incluso la de criminales y enfermos mentales? Es algo que ya se veía reflejado en tu novela, El monstruo pentápodo (2017).
Se debe al miedo de descubrir… Me lo he planteado muchas veces, nos gusta pensar, al mirar a estos individuos, “Está loco, es un monstruo”. Creo que, en realidad, no hay tal diferencia. Es verdad, al de “Una novia para Kafka” sí le dan sus pastillitas y todo, ¿no? Pero bien que, el secuestro y la violación, lo hace a escondidas de la mamá. Hay consciencia de que lo que está haciendo no es algo aprobado. En El monstruo pentápodo, el personaje es un psicópata total, muy inteligente. Entonces, una pregunta que a veces me hacen es: ¿Cómo haces para meterte en la cabeza de ese monstruo?” Y digo: “Lo más perturbador es que no tengo que hacer nada. Simplemente hay que sustituir”. Esta es mi teoría personal: uno nace como nace. Por supuesto, hay elementos que te pueden moldear, pueden exacerbar o aplastar ciertas cosas que ya eres. Pero, por ejemplo, yo en ningún momento de mi vida recuerdo haber dicho: “Quiero ser una mujer heterosexual y que me gusten los hombres mayores de edad”. Nunca lo decidí. Entonces, creo que ni el personaje de El monstruo pentápodo ni el papá del segundo cuento, “Luz de mi vida, fuego de mis entrañas”, decidieron en ningún momento “A mí me van a gustar las niñas”. Es como una maldición que tu deseo sexual sea criminal o que implique lastimar a alguien. Debe de ser la cosa más terrible, porque solo hay de dos: o te contienes y eres infeliz toda la vida o actúas y le haces daño y le desgracias la vida a alguien. Pero, para pensar lo que sienten ellos simplemente tengo que sustituir. Yo sé lo que es sentir deseo y sé que, cuando quiero hacer algo, muevo cielo, mar y tierra para conseguirlo (o al menos lo intento). Entonces, solo sustituyo, en los personajes, ese deseo o esa motivación, y funcionan igual que uno. Ese es un miedo que siempre tengo, nos podemos convertir en eso que tanto tememos. Es una de mis obsesiones, entender esos mecanismos.
Ese miedo es comprensible. Hay gente que no se acerca a la literatura o al arte que trabaja este tipo de temas (pienso, por ejemplo, en Nymphomaniac (2013, 2014) de Lars Von Trier, la cual citas en El monstruo pentápodo, o en Lolita (1955) de Nabokov, de la cual hablaremos más adelante). Este tipo de obras son complejas, difíciles de leer, debido precisamente a esa inquietud o a ese miedo. Yo sé que nunca he huido como lector, pero no sé cómo es la experiencia para quien escribe historias de esta clase...
Es difícil, no tanto al escribir, sino al releer y revisar. Como yo escribo fragmentariamente, entonces, puedo redactar un parrafito y dejarlo. Pero, ya a la hora de volver a leer todo junto, yo misma pienso: “Estoy bien enferma”. Y no falta gente en el público, sobre todo con la novela del monstruo, usualmente una señora o un señor mayor, que me decía: “Ay, mija, tú con esa carita que tienes y escribiendo cosas tan feas”. Pues sí, son mis temas que me llaman. Creo que es eso, que quiero entender. No me saldría escribir algo como muy “lindo”.
«Pues sí, son mis temas que me llaman. Creo que es eso, que quiero entender. No me saldría escribir algo como muy lindo.»
Pienso que es necesario, escribir sobre estos temas. En la carrera, tuve una profesora de filosofía contemporánea que solía afirmar que lo más difícil para la humanidad es aceptar que Hitler era humano. Parece ser una labor necesaria, entender por qué existe este tipo de individuos y recordar que son humanos..
Y que pueden ser encantadores en otras facetas de su vida. Con sus hijos o quién fuera, seguramente Hitler era un bombón.
Hablando de perspectivas, quisiera preguntar por “Agua en los pulmones”. Narra una anécdota un tanto “telenovelesca”, la historia de una mujer que se acuesta con el prometido de su hermana. Pero te detienes a reflexionar sobre la psicología de ese personaje que, en narraciones más estereotípicas, es reducida por el maniqueísmo. Por tanto, me encantaría que profundizaras en el desarrollo de esta protagonista..
Hay mucho rencor. Pues, sí, como que somos conscientes de estos sentimientos bajos que todos experimentamos, pero nunca nos gusta asociarnos a ellos. De alguna manera, la hermana tiene lo que ella quiere, pero también al revés: la protagonista no tiene los hijos o la familia…
A mí me llamó la atención que ella es vista por su familia como “la mala”. El esposo de su hermana, que hizo algo tan incorrecto como ella, aparece como “el bueno”..
El pobre hombre seducido… que es un poco como Lolita, ¿no? Está Humbert Humbert así: “Yo era un pobre hombre que estaba por ahí, regando mis plantas, y llega esta niña y me seduce. Pobre de mí”. Al menos en la psique mexicana, se piensa así. Cuando el hombre es el infiel, es que la mujer engordó o ya no le da atención. Se le culpa a ella. Y siempre hay una lagartona (allá se le dice así), esas lagartonas que quieren robar al marido y, de alguna manera, el hombre es casi inocente. Mis cuentos son una gran crítica social a lo mexicano, a nuestra forma de pensar, que puede ser muy hipócrita.
«Mis cuentos son una gran crítica social a lo mexicano, a nuestra forma de pensar, que puede ser muy hipócrita.»
Ya que estamos con este tema, una de las cuestiones que más llama la atención en tu literatura es cómo busca mostrar la violencia en cosas que, generalmente, se conciben como “buenas”. En este libro, resulta muy relevante cómo se invierten ciertas nociones vinculadas al erotismo. Me refiero, por supuesto, a “Luz de mi vida, fuego de mis entrañas”, cuyo título es una referencia clara a la famosa novela de Nabokov que mencionabas, Lolita (1955). Este es un tema que evidentemente te interesa, pues es el mismo que exploraste, aunque de forma diferente, en El monstruo pentápodo (2017). ¿Por qué ese interés en esa noción, evidentemente problemática cuando permanece asociada al machismo, que es el erotismo? ¿Cuál es tu percepción de este tema, que ha sido tan trabajado?.
El tema del abuso sexual infantil es uno que, por razones personales, siempre ha estado allí. Me lo he tratado de explicar desde muchos puntos de vista. En El monstruo pentápodo, el personaje abusa de una niña de cinco años, no hay ambigüedad sobre la monstruosidad de él. Pero en “Luz de mi vida, fuego de mis entrañas”, que la protagonista es una chica adolescente, quería como cruzar esas líneas. Por una parte, el hombre es el papá, que está idealizado porque se fue, porque no ha estado presente; y él mueve los hilos para que suceda este roce terrible… No sé, las primeras expresiones eróticas que nos marcan no siempre son las mejores, ni las puedes controlar. En una entrevista, en la mañana, decíamos cómo los padres especialmente (porque los extraños también, pero los padres, sobre todo) tenemos el poder de deshacerle la vida a un hijo de la peor manera. A veces, con las mejores intenciones, pero no siempre. Entonces, esta vulnerabilidad de los chicos, de los pubertos…
Volviendo a lo literario, podrías profundizar sobre la relación con la novela de Nabokov, Lolita. Haces referencia directa o indirectamente en más de una ocasión. Es una obra complicada, que ha suscitado mucha discusión (y con razón). Me interesaría conocer tu opinión al respecto. .
Yo la leí en la carrera y me encantó. El personaje, el Humbert Humbert, es encantador. Pero no me cayó el veinte (como decimos allá) hasta muchos años después, que me di cuenta de que, claro, es la versión de él. Cuando uno cuenta la historia, siempre busca quedar mejor parado que cuando la cuenta alguien más. Entonces, me quedé pensando: nunca sabemos lo que piensa Lolita o lo que pensaba su madre. También reflexioné sobre cómo esa genialidad de Nabokov, para crear a este personaje tan atractivo, se ha malinterpretado y ha ayudado a crear esta cultura de la pedofilia. Por ejemplo, las mujeres vestidas de colegialas o la sexualización de las niñas, que la gente dice: “Una Lolita”. Incluso, hay chicas de dieciocho que quieren parecer de catorce. No creo que haya sido la intención de Nabokov, pero la gente a veces no distingue al autor del narrador.
Entonces, cuando yo escribí El monstruo pentápodo o “Luz de mi vida, fuego de mis entrañas”, quería que se viera como a través de una cámara, desde fuera. No dejar que el monstruo se justifique.
No sé si es intencional, pero hay una inversión de la estructura de Lolita. Se le quita la voz al pedófilo y se da la palabra a las otras personas. .
Sí, la idea es que lo veas actuar, al pedófilo, para que seas testigo de lo bajo que es. Fue muy difícil escribir la escena sexual. Me debatí mucho sobre ponerla o no, pero después dije: si no pongo esto como es, parecerá que no es tan malo.
Otra noción que invierte es el “romanticismo”, en el sentido popular de la palabra (que no el movimiento artístico). Ciertos relatos indagan sobre cómo algunas actitudes o fenómenos asociados al amor pueden ser formas de violencia. “Palabras bajo tierra” y “Cactus” exploran la cuestión de los celos y de las relaciones tóxicas, “Madriguera” y “El diablillo de la balsa” confrontan al cinismo que implican algunas ideas sobre lo que significa ser “romántico”. ¿Consideras que hay violencia en el amor o solo en algunas de sus formas?
Creo que, al menos, en el amor de pareja, no importa si es hetero u homo, hay una gran carga de violencia. Me quedo pensando en las relaciones de nuestras abuelas, que siempre dicen: “Es que esos matrimonios duraban hasta la muerte”. Esto ocurría gracias al sometimiento y el sufrimiento de la mujer. Entonces, (y es horrible que lo vea así, pero es lo que he visto) en las relaciones siempre hay alguien que le tiene el pie encima al otro y las cosas funcionan mientras se quede así. En cambio, en el amor entre madre e hijo, uno se pone una almohadita para aguantar, y es porque quieres. No sé, es un poco distinto. Creo que, al final, gran parte de la literatura es eso: sobre el amor o el desamor, aunque haya unos grandes temas que puedan acaparar la atención (la guerra o la pedofilia o cosas que sean más visibles). Pero siempre está allí, el deseo de un ser humano por otro, y la necesidad de conciliar eso con que no somos cosas, con que somos seres humanos. Eso es lo que cuesta más.
Pues sí, en la mayoría de las relaciones hay un nivel de violencia, aunque sea pequeño, ahí está latente.
«Siempre está allí, el deseo de un ser humano por otro, y la necesidad de conciliar eso con que no somos cosas, con que somos seres humanos. Eso es lo que cuesta más.»
Para cerrar, en tus relatos se combinan elementos distintos: el realismo sucio con el discurso crítico, la crudeza del lenguaje con la estetización de lo cotidiano (es interesante, varios de tus textos se centran en un objeto o una situación que deviene en símbolo, a veces hasta poético). Como escritora y lectora, ¿cuál es tu visión personal de la narrativa, al menos en este momento, y de la literatura? Sé que es una pregunta ambiciosa, no busco una definición definitiva de lo literario. Lo que interesa saber es: ¿qué piensas tú al respecto cuando escribes o qué buscas tú como lectora?
Me gustaría escribir como lo que me gusta leer. Ese es mi gran anhelo. Y siempre, ante todo, quiero contar una historia, no meter mi agenda política ni nada. Finalmente se mete mi ideología, sin querer, pero no es mi plan. Quiero contar una historia y, al mismo tiempo, plasmar las cosas que me gusta ver o que me cautivan de la vida. Por ejemplo, me encantan los animales y salen muchos animales en mis textos. Los insectos me dan miedo, pero también me gustan. En El mosntruo pentápodo, sale un gnomo que aparece en mi novela anterior, en Pandora (2015), y también va a salir en la próxima. Me encantan los gnomos. De hecho, tuve uno, pero lo rompió una de mis perras. Entonces, siempre hay cosas que, cuando voy pasando, me llaman la atención y quizás no son las más llamativas. Esas cosas salen, a veces, también en mis textos, de puro capricho. Pero, más que nada, contar una historia. Y también intento que, lo que escribo, quien me lee no lo vaya a dejar a la mitad. De alguna manera, aunque no sea la historia más trascendente, que los lectores tengan curiosidad de saber en qué termina la historia.
«Me gustaría escribir como lo que me gusta leer. Ese es mi gran anhelo. Y siempre, ante todo, quiero contar una historia.»
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