“Veneno”. El “petardeo”, caballo de troya para criticar a la telebasura
“Veneno”. El “petardeo”, caballo de troya para criticar a la telebasura
Veneno
Creadores: Javier Ambrossi y Javier Calvo
Reparto: King Jedet, Daniela Santiago, Isabel Torres, Lola Rodriguez, Lola Dueñas, Paca la Piraña
Duración: 8 episodios de 50 min (aprox.).

Si bien me considero una fan acérrima de eso que nuestra generación define como “cultura del petardeo”, reminiscencia del choque entre la sociedad española más carca y la “movida”, era algo reticente a ver Veneno, serie escrita y dirigida por Javier Ambrossi y Javier Calvo. No es difícil percibir el repunte que esta subcultura tiene actualmente entre la juventud, y me negaba a ver este fenómeno explotado de manera superficial para deleite de los veinteañeros. Es decir, me daba miedo que la serie fuera una retahíla de frases de la prostituta más célebre de España, un meme hecho serie.
Por fortuna, mis expectativas estaban lejos de lo que encontramos en esta producción. La protagonista es Cristina, la Veneno, y la serie se centra extensamente en ella, pero quien nos introduce en la trama es una periodista de Hoy cruzamos el Mississippi, programa pionero de la telebasura en nuestro país. Ésta, en busca de un reportaje rompedor, va al Parque del Oeste, famoso en el Madrid de aquella época por ser el punto de encuentro de trabajadoras sexuales, y conoce a la icónica Cristina. Aunque es el personaje titular, no aparece hasta que no es “necesaria” para aumentar la audiencia del programa (a parte de una brevísima escena al inicio del primer capítulo, cronológicamente posterior). Es decir, no se le da visibilidad a la gente como ella hasta que los medios necesitan, como bien dicen en la serie “algo que impacte, algo nuevo”, llegando a desdeñar una historia sobre dos mujeres que van a casarse porque “las lesbianas, en este país, ya no son noticia”. No estoy diciendo que la serie presente a los periodistas como villanos, porque no es así. De hecho, son en su mayor parte los “héroes” abiertos de mente, la cara de esta nueva sociedad, que pueden ofrecer a Cristina una vida al margen de la prostitución. Pero sí se los presenta como producto de una sociedad española con tintes retrógrados, cuyo objetivo no es dar visibilidad a las personas con experiencias no normativas para normalizarlas, sino hacerlo de la manera más morbosa posible, explotándolas y animándolas a degradarse con el fin de provocar a la audiencia, todo ello bajo una fachada de modernidad.
Los constantes saltos en el tiempo aportan a esta decadencia, ya que ni en los momentos más glamurosos olvidas el desenlace de la historia. La imagen de Cristina recién llegada a Madrid, deslumbrada, y esa Cristina convertida ya en (expresión empleada en la propia serie) un juguete roto de la televisión, por quien solo se preocupan sus antiguas compañeras de profesión, es descorazonadora. De hecho, las escenas más humanas vienen de mano de este grupo de mujeres, reflejo de esa “familia que eliges” en la que durante tantos años han tenido que refugiarse los miembros del colectivo. Paca, compañera de fatigas de Cristina desde su juventud, es una figura materna que se debate entre evitar que los medios le hagan más daño o aplastar lo que queda del sueño de estrellato de su amiga.
La trama de Valeria, la segunda protagonista de la serie, refleja de manera bastante acertada a los miembros jóvenes de la comunidad LGTBIQ+. Valeria es una estudiante de periodismo a quien un encuentro fortuito con la Veneno ayuda a darse cuenta de que es una mujer transexual, y se introduce en el círculo de Cristina para escribir su biografía. Esta escritora se nos presenta como una joven que admira a la Veneno por encima de todo. Sin embargo, la Cristina idealizada de la televisión se va disipando cuando Valeria se acerca tanto que es imposible no ver el daño irreparable que oculta su superficie desenfadada. En uno de los momentos mejor escritos, ambas vuelven de un programa donde han sometido a Cristina al famoso “polígrafo”, lo que desemboca en risas y humillación sin tregua alguna. Valeria se encuentra confusa, y dice que “a veces, (Cristina) cuenta las cosas de una manera que parece que miente”. Como bien contesta la Veneno, “lo que tenéis que entender, es que las cosas antes eran muy diferentes, y que (para nosotros) ha cambiado mucho”; y es que lo que puede parecerle tremendamente surrealista a una mujer transexual en 2020, para una en la España de la transición era el pan de cada día. Pecamos mucho los “activistas” de esta generación, de obviar el sacrificio de aquellos que vinieron antes. Y por sacrificio me refiero tanto a vidas en la sombra como a personajes públicos que al ponerse bajo los focos se convierten sí, en un referente necesario para muchos, pero a quien esta misma luz hace blanco fácil del abuso y la burla.
Hacer también breve referencia a las escenas que, si bien no son las más transgresoras de la serie, son las que más he disfrutado: la juventud de Cristina en Adra. El contraste entre la Andalucía rural de los setenta, con música de los Bravos, camisas de lino y la palabra “maricón” acechando en cada esquina, y ese Madrid desenfadado vestido de Manuel Piña (y más de una vez, completamente desnudo), lejos de resultar brusco es refrescante, una sutil transición que te hace sentir parte del progreso. También me parece muy acertado que según avanza la serie, la historia de Valeria vaya estando algo menos presente. Funciona como hilo conductor para mostrar a la Veneno ya fuera de la “vida pública”, pero al explorar más momentos de la vida de Cristina de forma simultánea, tanta trama resulta abrumadora y en más de una ocasión se rompe el ritmo narrativo. ¡No puedes poner Demolición de Los Saicos en una escena de comunión a lo La Mala Educación, pero con tintes fantásticos (literalmente, a Cristina le crece una preciosa cola de pavo real) y luego pasar a ver como Valeria se hace la láser! Ahora en serio, lo único reprochable a la trama de la infancia de Cristina es ese intento de “provocar” reciclando fórmulas tan empleadas ya por Pedro Almodóvar. Sí, son escenas tiernas, divertidas y sensuales, pero hemos visto variaciones de estos momentos en muchas películas del director manchego (lo que no impide disfrutarlas, pero sí resta originalidad al innovador guion). ¿Puede que fuera esa la intención, yuxtaponer las dos visiones del colectivo más típicamente usadas en producciones españolas? Es posible. El caso es que este genial homenaje, que bien podría ser una colaboración de Almodóvar con Eloy de la Iglesia, es digno de ver.
Nadie debería dejar de ver Veneno por pensar que se trata una frívola explotación del petardeo español, porque aunque hace gala de la farándula como medio para que muchas personas se sientan a gusto en su cuerpo, lo hace con mucho respeto y, sobre todo, con mucho arte.