Carmen Berenguer: poesía & revolución
Carmen Berenguer: poesía & revolución
Carmen Berenguer, Plaza Tomada. Poesía (1983-2020)
Selección y prólogo de Claudia Posadas
Monterrey, Nuevo León, México: Universidad Nacional Autónoma de Nuevo León
231 páginas, 24 $ (US)

Empezaría tocando el tema de las íntimas y delicadas relaciones entre poesía y política. En efecto, desde los lejanos días del realismo-socialista de los tiempos de Stalin en la Unión Soviética en los años 30s, mucha agua ha corrido bajo los puentes de la literatura y el arte que se reclamaban del marxismo y del proletariado. La consigna social-realista —de gran repercusión en el ámbito hispano y latinoamericano con Neruda como su preclaro adalid— “inundó de poesía social”, como dijo Hinostroza, a ambos lados del Atlántico circa 1950. A mi juicio —y visto el fenómeno a la distancia—, es muy poco lo que ha quedado —en tanto arte de la poesía— de aquella gran oleada. Recuerdo que Antonio Cisneros, en alguna de las pláticas que sosteníamos en su casa de la calle Roma, en la Lima de fines de los 70s, me decía: “Hay que tener mucho cuidado con este asunto de politizar la poesía. Date cuenta de que un poema en apoyo a una huelga, simplemente así concebido, no servirá de nada después de que pase la huelga”.
Sin embargo, la gran contribución de César Vallejo con sus Poemas Humanos y España, aparta de mí este cáliz, se levantan como el testimonio fidedigno de que es perfectamente posible escribir hermosa poesía desde un punto de vista marxista. Y esto lo consigue el vate de Santiago de Chuco por la vía de su inmenso talento, con el cual logra fusionar la filosofía del marxismo, es decir, el materialismo dialéctico con la expresión cabal de la condición humana encarnada en el proletariado y las masas oprimidas. El hombre —la humanidad— es el proletariado —diríamos— en la radical concepción vallejiana. Basta recordar el poema “Masa” para ver con toda la claridad la situación.
Pienso que a esta línea se entronca la poesía de Carmen Berenguer. Es decir, claridad política y calidad poética. Se sitúa, pues, como reza un verso del primer poema recogido en el magnífico trabajo de Claudia Posadas en este libro Plaza tomada. Poesia (1983-2020), “en la lírica mirada de estos fríos y húmedos inviernos del modernismo”. Podemos entonces recorrer —a vuelo de pájaro— la talentosa obra de la poeta que nos ha reunido en esta ocasión. Por ejemplo su definida posición en defensa de la mujer y a favor de su liberación, incluso en los marcos de la izquierda revolucionaria. Berenguer critica de esta forma: “la liberación de las mujeres sigue siendo un ideal normativo, subalterno a la teoría socialista, y no integrada estructuralmente a ella”. Esto me recuerda los tiempos de mi militancia en el Perú —circa 1980— cuando en el Partido las chicas protestaban porque las ponían a preparar el café en las reuniones de la célula y porque las mandaban a ocuparse de picar los esténciles del periódico, como simples mecanógrafas. Carmen lo expresa así: “la esposa en la familia comunista patriarcal es una sirviente pública, en la monogamia se hace sirviente privado”. Más claro ni el agua.

Fotografía de Carmen Berenguer: Javier López Narváez
Ahora me gustaría hablar del dominio neobarroco de nuestra poeta. Cito esta filigrana suya de ‘Sayal de pieles’ que dice así: “lentejuelas vuelen lingadas; / cueros de cocodrilo a ras serpientes / cascabeleen piernas nonato. / Botas de vaca abriguen la zorra y hebillen / huinchas. / Zarpe la espalda de la esclava, / trajeada de foca cosidos botones de Astrakán” (p. 115) donde refulge su orfebrería verbal. Pero el registro de Carmen es muy amplio, así tenemos su onda narrativa, como cuando narra la historia de Brenda, prostituta, con pinceladas de notable y valiente realismo: “Los muchachos se calientan con su olor a poto. Así de crudo. Y lo sabe. Y cobra por eso” (p. 117). Esta misma sinceridad practica Berenguer para el asunto político, lo muestra en la carta a Syblia Arredondo viuda de José María Arguedas que —en los hechos— se convierte en una especie de arte poética muy útil para comprender todo el trasfondo de su literatura: “Quiero decirle, además, que escribo en forma profesional desde la publicación de mi primer libro en 1982. Y considero que he sido una activista cultural, que en tiempos dictatoriales trabajé en varios espacios vigilados de esa época, que fui amedrentada por la CNI, poniendo recurso de amparo hacia mi persona, que tengo familiares desaparecidos y asesinados y torturados, provengo de esa familia chilena. Y que he escrito en las peores épocas una literatura que relata, a través de un decir, como una manera de decir, esa aventura trágica” (p. 120).
En este sentido, es valiosísimo su trabajo testimonial como el de quien firma con sus iniciales BZ, una mujer detenida por Pinochet a quien torturan y le hacen tres simulacros de fusilamiento. Lo que hace nuestra poeta aquí es asumir totalmente la voz de esta persona. Es decir, ella entrega su voz a la de aquella sufriente mujer. O mejor dicho: la mujer habla a través de su poesía.
Otro elemento reseñable de este volumen es la tremenda capacidad de ironía y juegos verbales que nos entrega Berenguer, por ejemplo, cito estos versos de “Santiago punk”: “Punk Punk / War War Der Krieg der Krieg / Bailecito color obispo / la libertad pechitos al aire /Jeans sweaters de cachemira/ Punk artesanal made in chile” (p. 127). Una burla directa al neoliberalismo impuesto por el fascismo que denuncia la absoluta alienación social que oprime a los individuos. Su denuncia es feroz e implacable contra el Sistema: “Esta ciudad ha construido la paranoia, tiene olor a adrenalina, tiene olor a papas fritas, tiene olor a pollo frito, tiene olor a hamburguesa, tiene olor a ketchup, chile entero huele a comida macrobiótica, tiene olor a harina de pescado, tiene olor a chingue, tiene olor de necesidad, tiene olor a chinche” (p. 134); en este último vemos cómo Carmen Berenguer no pierde el humor a pesar de lo terrible de la situación que sofoca a un país.
La metapoesía es otro de sus temas. Poesía sobre la poesía. Leamos: “Esta es una página blanca. La blancura es signo de pureza. (…) Podría citar al blanco de la página en blanco, incitación mallarmeana del silencio en esos espacios sin habla, interrogación simbólica de la memoria de la lengua” (p. 149). Y más adelante dice en un verso genial: “La poesía chilena es blanqueada por la cordillera de los Andes. (…) La literatura nacional es narcisa” (ídem). Esta reflexión sobre el lenguaje llega a un clímax con el texto denominado “Yo hablo como si hablara” que se explaya en poesía sobre la poesía: “…el movimiento de las consonantes. / ¡Esa altivez! ¡Sonante! Ruido de las palabras influjo soberano” (p. 151). Me complace así mismo su irreverencia: “Dante defeca ante mi voz” (p. 153) dice. O “A Eliot / me aburre doblarlo debo estirar demasiado el cuello / y las cuerdas vocales se tensan mucho” (ídem).
Por otro lado, su adoración por “La pequeña Lulú” me simpatiza mucho dado que era una heroína de mi infancia, a través de las revistas de Editorial Novaro Mexicana que llegaban a mi natal Piura en los tempranos 60s. También su tomadura de pelo a Neruda, como cuando empieza un poema parafraseando al capo de Residencia en la tierra: “Sucede que me canso de hablar por hablar” (p. 155) en vez del “Sucede que me canso de ser hombre” del famoso “Walking around” de Neruda.
Y ahora nos ponemos serios ante un verso como este: “Todo lo que escribo ahora es una reconstitución del rito en la / muerte de mi madre” (p. 157). Honda declaración de principios poéticos y literarios que nos conmueve muy profundamente. Lo mismo que el texto “Breve narración de sus motivos íntimos” (pp. 166-172), linda autobiografía que me ha tocado en lo personal, porque yo también leía la revista ECRAN —chilena que circulaba en el Perú— con las estrellas de Hollywood e —igualmente— estuve bajo el influjo sartreano en un período decisivo de mi juventud limensi. En esta misma dirección va su prosa poética “Animita hippie” (pp. 180-182), verdadero mapa cultural de nuestra experiencia vital desde los 60s y 70s, donde desfilan desde Cien años de soledad hasta Elvis Presley, Janis Joplin y Andy Warhol en Studio 54 de Nueva York. En este ámbito su poema sobre Joan Báez (pp. 187-188) es de antología. La crónica de su regreso a Chile tras el exilio toca de intenso modo la fibra del sentimiento. Cierra el libro su poética de la dignidad girando en torno a lo sucedido recientemente en Chile, donde Carmen Berenguer hace gala de talento y verdad política y humana, características que forjan toda su obra, sin duda una de las más singulares, renovadoras y hermosas de la poesía latinoamericana e hispánica de nuestro tiempo.