Entre el museo y el templo. «Jaume Plensa»

por Mar 27, 2019

Entre el museo y el templo. «Jaume Plensa»

por

Jaume Plensa

Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA)

Del 1 de diciembre de 2018 al 22 de abril de 2019-02-15

Comisario: Ferran Barenblit

Entrada general: 11 euros

Con independencia de la concepción aurática que tenga de base, el visitante estándar recorre los museos con el talante de quien visita un santuario: su trayecto, conforme a la guía prefijada por la institución correspondiente, se distingue por el silencio y el respeto con el que admira un conjunto de obras en las que el marco o la base hacen las veces de hornacina. Los artistas del siglo XX se percataron de este hecho y actuaron en direcciones antagónicas: de un modo beligerante, expresando su repulsa a este sistema y cultura anquilosado, como los futuristas y algunos surrealistas que reivindicaron el empleo de la violencia; por otro lado, los escultores, especialmente, a partir del minimalismo y el giro procesual y performativo aprovecharon esta circunstancia a favor de sus propias instalaciones e intervenciones diluyendo la frontera de la obra hasta resignificar el espacio completo en que se había situado.

Esta es la sensación que obtiene el espectador de la retrospectiva Jaume Plensa en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona que se podrá visitar hasta mediados de abril. En ella se ha dispuesto con minuciosa y silente precisión un conjunto de recursos que buscan crear una atmósfera sensorial y sagrada que define la producción plensiana de las últimas décadas. Por supuesto, no se trata de una capilla laica a la manera de las creadas por Mark Rothko o Antoni Tàpies, ni de una exposición con un objetivo declaradamente religioso —el propio Plensa ya se tomó con humor esta posibilidad cuando le preguntamos en una rueda de prensa celebrada en Madrid el otoño pasado— y mucho menos confesional, pero sin entender esta tendencia ascestética, como he dado en llamar desde hace algún tiempo a este tipo propuestas, no se capta la raíz.

La entrada a la primera sala marca ya el cambio de espacio y lugar: el sujeto, traspasando el siempre angosto umbral de la puerta, se adentra en un pasillo lo suficientemente alargado para crear cierta sensación de estrechez; a ello también contribuye la penumbra generalizada, por medio de una iluminación baja, que invita al recogimiento y la mudez durante la contemplación. La tendencia minimal constitutiva habla de austeridad y esencia, e incluso las vigas negras de la pieza Mémoires jumelles (1992) pueden ser leídas en clave arquitectónica: nuestra memoria e imaginario cultural nos alertan sobre la posibilidad de habernos internado en un templo. No será esta la única pregunta que asalte a toda suerte de público; el propio Plensa trata de hacer reflexionar con su obra y es por ello que coloca, nada más entrar, Firenze II (1992), esa escultura con forma de signo interrogativo de dos metros de altura en cuyo contorno se lee la palabra Rêve. Viaje por el inconsciente o itinerario espiritual, la percepción queda constantemente invocada en las diferentes salas: además de la vista, el oído se ve fuertemente impelido, por ejemplo en Glückauf? (2004), su famosa cortina de letras —en concreto, el texto recoge la Declaración de los Derechos Humanos— o en Matter-Spirit (2005), compuesta por un par de gongs de sonidos diversos con sendas palabras inscritas en su superficie. En estas dos últimas, el espectador pasa a convertirse en participante directo, pues se le permite interactuar con la obra, haciendo pasar sus manos por la cantarina cortina o percutiendo —además de la impaciencia de los vigilantes— los citados gongs con sus correspondientes mazos. A causa de esta posibilidad, el ambiente se llena, desde principio al final del recorrido, de una sonoridad especial, variable según la voluntad de los propios visitantes, transformados en parte activa del conjunto, en tanto condicionan la recepción que del mismo se hace. Esta circunstancia acentúa el efecto etéreo al igual que lo consigue el tipo de pavimento oscuro, pero reflectante, que permite una doble perspectiva de cada pieza; más allá de la lectura que pueda llegar a suscitar, el ojo fotográfico se pone a prueba y ofrece multitud de posibilidades a quien sepa manejar la cámara con acierto en unas condiciones de luz tan complejas como ricas.

Aquí se ha ofrecido una de las posibles visiones de una retrospectiva de incalculable valor por el número de importantes piezas que forman el conjunto y porque Jaume Plensa, uno de nuestros artistas más internacionales, no había reunido tantas obras en España desde su también retrospectiva de principios de siglo Chaos-Saliva (2000). Sus enigmáticas cabezas, las letras y textos desplegados  autónomamente o inscritos sobre las esculturas, su imaginario líquido versus sólido, la (in)vocación perceptiva y activa, la concienciación política y humanista se conjugan en esta oportunidad irrepetible que nos ofrece el MACBA hasta el 22 de abril de este mismo año.