Espacios cerrados. “Eterno amor”, Pilar Adón

por Jul 19, 2021

Espacios cerrados. “Eterno amor”, Pilar Adón

por

Pilar Adón, Eterno amor

Ilustraciones de Kike de la Rubia

Madrid, Páginas de Espuma

96 páginas, 16,15 euros

La prosa de Pilar Adón (Madrid, 1971) construye mundos autosuficientes. Sus personajes se mueven a través de espacios aislados, microuniversos con leyes propias que son el fundamento de la ficción. El exterior aparece como una referencia, algo lejano cuya relación con lo interno es imprecisa. Lo inquietante es protagonista, hay una violencia sutil que el espacio mismo promueve, como si la realidad en la que viven los personajes fuera una amenaza. Pero lo realmente terrible son los agentes externos que se inmiscuyen y quiebran la delicada armonía que hay en estos lugares. Si bien estas pueden ser afirmaciones excesivas (habría que revisar toda la narrativa de la autora), resulta claro que en Eterno amor, su último libro, estos elementos definen la estructura narrativa. La narradora habita una comunidad de hermanas. Ocupan una residencia aislada y se dedican a cuidar a chicos. Los jóvenes, no siempre sabemos por qué, son peligrosos. Hay unas reglas peculiares en la casa, que alimentan la rareza del lugar. El equilibrio que define y sostiene a las cuidadoras se verá quebrado cuando la directora anuncie la llegada de un preceptor.

La naturaleza y, de forma específica, lo vegetal marcan el espacio. Tanto el monte que rodea la residencia como los jardines internos del lugar alimentan la atmósfera extraña. Esta cualidad traspasa a la prosa, que se retroalimenta del mundo que construye. Hay opacidad en la narración, una cierta oscuridad que es parte del estilo de Adón. En este caso, sirve para definir los espacios que ocupan los personajes y envuelven los misterios que definen la historia. Son estos últimos, sin embargo, los que realmente marcan la estructura narrativa. ¿Dónde está ubicada la residencia? ¿Quiénes son estas hermanas? ¿Por qué tienen que cuidar a estos chicos? ¿Qué han hecho ellos? ¿Qué peligro representan? En el centro, se encuentra el número 53 (o Lemuel, como lo llama la narradora). Permanece encerrado en su habitación, no habla, se comunica a través de chats. El enigma se potencia al revelarse que el preceptor está, de hecho, buscando a este chico. Descubrimos, entonces, que el joven tiene cualidades especiales. Así, la estructura del relato se funda en lo oculto: de los elementos que definen el mundo que habitan los personajes se da un atisbo, breves señas que pocas veces son explicadas o desarrolladas. Esto es una virtud, la fascinación que genera la narración se debe, en buena medida, al vértigo que genera el misterio, a la inquietud que despierta lo oculto.

Una lectura de Eterno amor no estaría completa sin considerar la edición. Específicamente, las ilustraciones de Kike de la Rubia. Previamente se mencionó la opacidad de la prosa, en referencia al carácter oscuro de la narración. Esto dialoga con las imágenes que acompañan la escritura. Unos matices definen la atmósfera del relato y se potencian a través de los colores que retratan a los personajes y a los espacios en las páginas del libro. Lo símbolos que se edifican desde la historia se fortalecen a través del trabajo de Kike de la Rubia y encuentran nuevas dimensiones que no podrían obtener de otra manera. Este libro, como objeto, es una obra completa: no podemos separar la historia de la edición, de las imágenes que encontramos en sus páginas.

Una narración suele presentar una fórmula base: el mundo era de una manera y, entonces, algo cambio. Esta estructura ha sido subvertida incontables veces. Adón encuentra una forma particular de deconstruirla: antes que eliminarla o desestructurarla, la enrarece.  Eterno amor presenta un mundo que es, en sí mismo, extraño. La irrupción de lo desconocido sirve para revelar parte de lo oculto. Esto, sin embargo, no resuelve el enigma. Genera más preguntas, interpela al lector. Construye nuevos símbolos.

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