La erótica de la memoria. “Elegía para un americano”, de Siri Hustvedt
La erótica de la memoria. “Elegía para un americano”, de Siri Hustvedt
Siri Hustvedt, Elegía para un americano
Traducción de Cecilia Ceriani
Barcelona, Seix Barral
416 páginas, 19,90 euros

Siri Hustvedt (Minnesota, 1955), galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2019, demuestra en su última novela que el título de escritora no le es suficiente, pues en Elegía para un americano no sólo crea a un puñado de personajes para enfrentarlos al dolor de la pérdida y de la verdad mientras interactúan entre ellos; sino que, como Laquesis, selecciona en su justa medida la longitud del hilo de la vida que le corresponde a cada uno de ellos y los distribuye de manera que coincidan en determinados puntos, que viajen paralelamente, que se enreden, se tensen, se deshilachen… hasta tener tan bien atado al lector que en el momento del corte quede confusamente complacido.
A primera vista, la trama parece sencilla: dos hermanos, Erik e Inga Davidsen, tratan de descubrir, tras la muerte de su padre (Lars), el oscuro secreto de una carta que recibió el 27 de junio de 1937. Para ello, Erik se sumerge en la lectura de los diarios que Lars escribió a lo largo de su vida posibilitando así un diálogo impensable entre padre e hijo, no por la crudeza de lo relatado, sino por el alto nivel de intimidad y la ridícula concepción, inculcada a su generación, del hombre viril que no comparte su dolor con el mundo. Mientras Erik es testigo de las vivencias de su padre, lo es también de todas aquellas que los demás personajes deciden compartir con él e, inevitablemente, se convierte en su juez. Es este conjunto de voces el que dota a la novela de complejidad, tanto por la variación de estilos, como por la reflexión implícita sobre la concepción del ser humano como un rompecabezas cuyas piezas se encuentran repartidas entre él mismo y todos aquellos que le conocen, aunque sea mínimamente. De hecho, la problemática que subyace bajo todas las historias de cada uno de los personajes principales consiste en afrontar los recuerdos propios y ajenos que laceran sus vidas porque “somos seres fragmentados que nos vamos consolidando, pero siempre existen grietas. Que logremos convivir con esas grietas es la clave para llegar a ser unos seres, digámoslo así, razonablemente sanos” (195).
Aquellas piezas son siempre fragmentos del pasado que pueden manifestarse de manera abstracta, a través del habla, o física, mediante la escritura, la pintura, la fotografía o el cine. Por ejemplo: Erik conversando con sus pacientes trata de ayudarlos en su consulta, Sonia aborda con la poesía el trauma infantil que le causó el 11-S, Miranda plasma los miedos que revela su subconsciente a través de la pintura, etc. Así, Hustvedt consigue aunar inteligentemente dichas disciplinas con el fin de que el lector alcance dos conclusiones. En primer lugar, como dijo en la entrega de los Premios Princesa de Asturias, que se percate de que ningún área de conocimiento es inferior a otra, sino que todas y cada una de ellas sirven para demoler la especificidad de estudios que, sin una visión complementaria, condena a la humanidad a evolucionar tan sólo parcialmente. Y, en segundo lugar, que advierta los numerosos cauces por los cuales puede expresarse la memoria, concepto indispensable para dotar de sentido a la existencia humana, ya que, aunque pueda resultar dolorosa, otorga el poder de recuperación de lo añorado y de la comprensión propia.
En su conjunto, la novela, tejido resultante de los hilos dispuestos, pretende evidenciar una cuestión que el individualismo neoliberal trata de diluir: no somos criaturas aisladas que desarrollan sus vidas de manera independiente, vivimos en una “interacción continua”, como dijo la propia Hustvedt, en la que todos nuestros actos impactan, o acaban impactando, en quienes nos rodean. Por todo ello, Elegía para un americano es una heterogénea amalgama de historias que incita a la reflexión e, incluso, a la olvidada empatía.