«Las horas»: una oda a la influencia de la literatura en la experiencia femenina
«Las horas»: una oda a la influencia de la literatura en la experiencia femenina
Michael Cunningham, Las horas
Traducción de Jaime Zulaicka Goicochea
Barcelona, Tusquets
304 páginas, 19,00 euros

Si bien Las Horas, por sus elementos formales y ambientación, pudiera parecer una novela más de Virginia Woolf, o un mero homenaje a su literatura, Michael Cunningham emplea su conocimiento de la autora para ir un paso más allá y explorar cómo el testimonio la insatisfacción vital, inherente muchas veces a la condición de la mujer dentro de una sociedad patriarcal, que escritoras como Woolf reflejan en su obra, nos une a través de diferentes épocas, consiguiendo influir en la creación una historia paralela de deseo de libertad y resiliencia.
Las Horas sigue a tres protagonistas, a las que acompañamos durante veinticuatro horas. La primera es la misma Virginia, que se encuentra en el proceso de escribir Mrs Dalloway; la segunda es el ama de casa Laura Brown, quien en 1949 se encuentra leyendo este mismo libro; la última historia tiene lugar a finales del siglo XX, donde Clarissa Vaughn prepara una fiesta en homenaje a su amigo y ex pareja, Richard, un laureado poeta. Cunningham intercala sus perspectivas de manera continua, y lejos de empobrecer el ritmo narrativo, recalca lo superfluo y homogéneo de la vida de estos personajes, que muchas veces parecen fundirse el uno con el otro.
Al estilo de Gabriel García Márquez, ya el prólogo detalla como Virginia deja una nota a su marido y se quita la vida. Durante sus últimos instantes, el autor describe la incapacidad de esta para dejar de reflexionar sobre lo que la rodea, la belleza del cielo a través del agua o los patrones de los que se percata, dejándonos ver que para la autora su tremenda sensibilidad es poco menos que una condición a la que está abocada, y se siente sobrecogida por el mundo que la rodea incluso mientras lo abandona. Estos fragmentos reflejan una profunda comprensión de la autora y su obra, y muestran en Virginia una capacidad para comprender lo que la rodea que, más que ser beneficiosa para ella, no hace sino quebrarla. La sensibilidad de Virginia le permite identificar los patrones que rigen su vida y su relación con los demás, haciéndole ver a su vez que es imposible huir de estos, como una mosca que tiene la desgracia de saber que se encuentra en la tela de una araña.
Clarissa, por su parte, se siente cada vez más aislada de su novia y de su hija, ya que no puede dejar de pensar en sus años de juventud con Richard y en la evidente depresión de este, mientras busca las flores perfectas para homenajearlo. El propósito de Laura es preparar una tarta para el cumpleaños de su marido, con ayuda del hijo de ambos, y aunque este intenta constantemente complacerla es evidente que Laura no termina de sentir una conexión con el niño. Laura no tiene reparo en mostrar lo poco gratificante que encuentra las tareas de madre y esposa. Es para subrayar la frustración de Laura que Cunningham elige una misión tan banal como pasarse el día en casa preparando una tarta, y nada más. Esa es la misión de Laura durante el tiempo que la acompañamos pero, por lo que sabemos, todos los días podrían ser así.
Estas veinticuatro horas, elegidas por el autor precisamente por su superfluidad, harán que las protagonistas se cuestionen su propósito y sus deseos, las decisiones que han tomado y su sentimiento de profunda desconexión con sus seres queridos; reflexiones que las llevarán a actuar impulsivamente, sin saber que estos impulsos harán de este día el más importante de sus vidas. Los paralelismos son palpables: las tres se encuentran incomprendidas por su familia (Virginia en este caso, por su hermana de quien recibe una visita, y su esposo Leonard, quien se esfuerza por ayudarla pero no la entiende), las tres intentan buscar en su relación con otras mujeres una vía de escape a las convenciones sociales (Laura besa a su vecina, también madre y esposa, Virginia incluso besa a su hermana “para sentir algo” y Clarissa está en una relación con una mujer aunque se implica que aun ama a Richard), y las tres se ven confrontadas con el suicidio. La muerte como único medio para escapar de una vida hastiada, muy presente en la literatura de Virginia Woolf y sus coetáneos, es de igual manera referenciada constantemente en Las Horas.
Sin embargo, tanto la Virginia real como la de Cunningham deciden que Clarissa Dalloway, Mrs Dalloway, no morirá; dilema que carcome a Woolf a lo largo de su día hasta que se decide por dotar al libro de una nota más esperanzadora que su propia vida. Del mismo modo, el personaje de Laura, descubrimos años después, se planteó quitarse la vida con una sobredosis. Finalmente decide dejar a su familia y empezar una nueva vida lejos de allí, como bibliotecaria. Si bien no es la decisión más responsable, como ella admite, nos hace ver que no tenía otra opción, aquella vida era la muerte y ella optó por la vida, o así se lo dice a Clarissa.
Y es que Cunningham no se limita a establecer una mera relación temática y estilística entre estas mujeres, sino que el personaje de Laura, por supuesto ya anciano, tiene un encuentro con Clarissa. Descubrimos entonces que Richard era el hijo de Laura, a quien ella abandonó, y en quien, en un trágico pero original cambio de roles de género, se cumple el destino de su madre. Richard se convierte en esa heroína romántica que vaticinábamos desde el inicio, que se suicida al no poder soportar el sentimiento de inseguridad que le provocó el abandono de su madre y que el SIDA que sufre acabe lentamente con su vitalidad. Si bien su muerte destroza a Clarissa, esta termina comprendiendo las razones de Laura para alejarse de su familia.
Cunningham no solo ofrece un pasional y sensible homenaje a la condición de la mujer y su influencia en la literatura, sino que escoge imitar el final adoptado por Virginia con el personaje de Mrs Dalloway, haciendo que Laura, habiendo leído el libro, decida no quitarse la vida. El autor parece celebrar este toque misericorde de la autora, que si bien se vio incapaz de seguir adelante ella misma, decidió convertir el final de su obra en un rayo de esperanza para aquellas mujeres que pudieran identificarse con Clarissa Dalloway, con Laura, o con ella misma.
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