“Midnight Diner: Tokyo Stories”

por Dic 26, 2019

“Midnight Diner: Tokyo Stories”

por

Midnight Diner: Tokyo Stories

Productora: Netflix Japón

Reparto: Kaoru Kobayashi, Joe Odagiri, Mansaki Fuwa

Número de episodios: 10 (25 min. aproximadamente c/u)

Lo cotidiano se define por cierta regularidad que, a pesar de los cambios, es parte constituyente de nuestra existencia. Esta doble naturaleza, la convivencia de lo novedoso con lo familiar, resulta propicia para cierto tipo de historias. La sitcom estadounidense es quizá el mejor ejemplo. Al retratar el día a día de los personajes, se obtiene suficiente material como para completar una temporada de más de veinte episodios. Al mismo tiempo, esto permite construir un vínculo con la audiencia: el espectador vive con los protagonistas, incorpora la cotidianidad ficticia a la real. ¿Qué ocurre, sin embargo, cuando lo cotidiano está marcado por lo inestable? Este es el principio que estructura Midnight Diner: Tokyo Stories, cuya nueva temporada ha sido estrenada recientemente en Netflix.

La serie japonesa, inspirada en el manga del mismo nombre, se centra en un restaurante que abre sus puertas a la media noche y en su dueño, el “Maestro”, que cocina lo que se le solicite, siempre que tenga los ingredientes a su disposición. El carácter invertido de la cotidianidad de este individuo y de su lugar de trabajo se anuncia desde la secuencia inicial: “Cuando acaba el día y la gente va a su casa —explica el protagonista—, empieza mi día”. En otras palabras, su jornada es inversa a la de los habitantes de Tokio. Su clientela se conforma por los trasnochados de la ciudad, personas que, por razones diversas, necesitan un lugar donde refugiarse durante esas horas muertas que ocupa la madrugada. Como se puede intuir por el título, serán ellos los que definan las historias: cada capítulo inicia con la llegada de un nuevo cliente que solicita un plato distinto. Por supuesto, la comida, cuya preparación marca el inicio y el final de cada narración, se vincula con la vida de quien la solicita.

Este restaurante de medianoche es un espacio de encuentro y, en algunos casos, de tránsito. A pesar de los fijos, como el viejo Tadashi o un trio de mujeres oficinistas, las personas pasan esporádicamente por el establecimiento. Quizá aparezcan dos o tres veces, tal vez se hagan asiduos durante unas semanas para, después, desaparecer. Esta naturaleza inestable define la estructura de las narraciones: casi la totalidad de la acción ocurre en un lugar, el restaurante, y el tiempo es difuso. En un episodio pueden pasar meses mientras que, en otro, solo días. Depende de la historia que se narre. El punto de conexión, además del espacio, es el Maestro que, desde su cocina, hace de testigo y narrador —y de consejero para sus clientes—.

Para el espectador occidental, Midnight Diner puede parecer costumbrista. Lo esencial no es el Maestro ni las existencias individuales de quienes lo visitan. En cambio, el interés de la serie es la vida de la ciudad, de Tokio. El restaurante es un lugar por el que desfilan las distintas formas de relaciones humanas que definen la sociedad nipona —o, por lo menos, a la que habita en la capital—. Como los platos que salen de la cocina del Maestro, las historias son un reflejo del mundo específico que habitan los personajes, pero tienen un atractivo que trasciende las fronteras de Japón. No sorprende, por esto, que la serie haya tenido adaptaciones coreana y china, con distinto éxito.

Con un estilo sencillo y una aproximación humana a los personajes, esta serie resulta peculiar en el catálogo de Netflix, centrado en megaproducciones que, además de narrar una historia unitaria —muchas veces heroica en el sentido hollywoodense—, quieren captar a un espectador obsesivo, aficionado a los maratones de serie. Midnight Diner abandona cualquier retórica grandilocuente para contar, con relativa humildad, sus historias de Tokio. Es una lástima que la productora solo contenga las dos últimas temporadas, las únicas producidas por Netflix —el seriado va por su quinta parte y tiene, además, dos películas—. Sin embargo, hay que celebrar que una producción alejada de los prefabricados norteamericanos llegue a las pantallas. Hasta cuando las narraciones se hacen tópicas o, incluso, superficiales —no todos los episodios son, sobra decirlo, obras maestras— muestran interés. Recuerdan que hay una forma distinta de hacer televisión, una forma que, en contraste con la individualista y burguesa sitcom americana, resalta el valor comunitario de la sociedad y la posibilidad de construir un lugar de encuentro en el cual contar historias.