Simplificar la historia para no comprenderla. “Castillos de fuego”, de Ignacio Martínez de Pisón

por Jun 27, 2023

Simplificar la historia para no comprenderla. “Castillos de fuego”, de Ignacio Martínez de Pisón

por

Ignacio Martínez de Pisón, Castillos de fuego

Barcelona, Seix Barral, 

700 páginas, 22,90 euros

Poca presentación necesita Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) a estas alturas de su carrera. Sus novelas, cuentos y reportajes históricos han recibido una extensa y admirativa atención de la crítica, que lo ha ido caracterizando, desde los años ochenta, como un escritor en la mejor tradición realista, forjador de personajes dominados por emociones diversas, en tiempos y espacios reconstruidos con una pericia descriptiva que solo es dada a las mejores plumas. Es la suya una obra literaria vastísima jalonada por numerosos premios y reconocimientos en la que constan algunas de las mejores novelas de los últimos decenios.

En esta admirable trayectoria, sin embargo, Castillos de fuego supone una caída. Martínez de Pisón se ha propuesto escribir la novela de la primerísima posguerra española, un ambicioso fresco coral que lo incluya todo: el hambre, el miedo, la acción política clandestina, el maquis, la represión, el espionaje, las rivalidades políticas, los acontecimientos más relevantes… y también amores y pasiones imposibles de la gente común. Para ello, ha dado entrada a una multitud de personajes y tramas que componen una compleja arquitectura. En su intención de trascender muy decididamente el plano subjetivo, también ofrece una interpretación histórica de aquel periodo. Dos son, por tanto, los criterios desde los que puede valorarse esta novela: la cohesión de esa estructura argumental y la complejidad de matices que explique la acción de los actores políticos. A nuestro juicio, la novela no funciona en ninguno de los dos aspectos.

Castillos de fuego relata las vicisitudes de un elenco de personajes muy numeroso. Arribistas, depurados, proletarios y combatientes clandestinos. Gente común, la mayoría, con buenas intenciones unos y carentes de escrúpulos morales otros. Por encima, los que tienen algún grado de poder, sean jerarcas falangistas, policías o cuadros del Partido Comunista. Para cada uno de ellos, Martínez de Pisón urde una historia. Cada una de estas trayectorias tiene mayor o menor recorrido y concluye antes –en algunos casos, muy tempranamente– o llega casi hasta el final del libro. Cabría esperar que sus acciones se cruzaran de una manera natural para que la novela hilara un conjunto social diverso e inteligible, pero no siempre es así. En ocasiones, el narrador parece sobrepasado por el número de hilos que ha tendido, incapaz de dar los personajes una profundidad que trascienda el cliché –el cliché de la pobre huérfana, del idealista militante, del avieso policía o del pobre hombre depurado y vencido por los miedos–. Es escasa la imaginación de Pisón en esta novela para dar vida singular a tantas biografías. Los personajes nos suenan a tópicos muchas veces vistos o leídos en las representaciones emotivas del franquismo. Los lastran el sentimentalismo y el esquematismo, deficiencias que son raras en la novelística anterior de Martínez de Pisón. Las vidas de casi todos ellos quedan en suspenso, sin que se llegue a darles un destino. Hay, además, un excesivo fragmentarismo en las historias, en las que asoman las dotes descriptivas del autor, pero que, a diferencia de lo que ocurre en sus mejores novelas, se ahogan en la inanidad costumbrista que no cumple ninguna función.

Tampoco creo que favorezca la novela su afán justiciero. La calculada equidistancia es demasiado evidente. A diferencia de los ensayos históricos que preceden a estos Castillos de Fuego, Enterrar a los muertos (2005) y Filek (2018), aquí parece que las preguntas y laberintos morales que allí se planteaban han sido ya plenamente decantados y a los lectores se nos somete a lecturas clausuradas del pasado. Los personajes son demasiado maniqueos y la tesis, demasiado explícita. La inhumana crueldad de la policía franquista se equipara con la inhumana deslealtad de los agentes comunistas, convencidos del poco valor de la vida humana en comparación con la grandeza del Partido. Los personajes históricos convertidos en personajes novelescos aparecen muy descafeinados, ya sea Heriberto Quiñones, José Arrese o Dionisio Ridruejo, entre otros. Por debajo, quedan los pobres diablos, unos arrastrados por su deseo de justicia y otros, víctimas de los que manejan los conflictos. Debe de haber algo más, piensa el lector que no vivió aquel tiempo histórico; la realidad no puede ser tan simple. Como novela de interpretación histórica, se queda muy lejos, muy lejos del modelo galdosiano, que parece el ejemplo que Martínez de Pisón se había propuesto seguir.