Un exceso genial. “Las edades de Lulú”, de Almudena Grandes
Un exceso genial. “Las edades de Lulú”, de Almudena Grandes
Las edades de Lulú fue la primera de las novelas de la llorada Almudena Grandes (1960-2021); su impecable trama nos tiene atrapados durante las cerca de 300 páginas con que cuenta la novela. Sorprende, desde el principio, la dureza del primer “capítulo” (no están determinados como tal), una verdadera declaración de intenciones de la autora y un anticipo del final de la historia, donde Lulú, nuestra protagonista, descubrirá que sus “pasiones peligrosas” tienen consecuencias. El inocente juego adolescente se acabará convirtiendo en una pasión dolorosa que acabará de la peor manera. Como rápido resumen del asunto de la novela, Lulú comienza la novela follando —si Almudena Grandes utilizaba este tipo de voces, creo de justicia mantenerlas en estas líneas— con Pablo (amigo de su hermano, mucho mayor que ella), perdiendo la virginidad. Desde el principio vemos una tendencia hacia lo prohibido, que Lulú va experimentando a lo largo de las diferentes páginas. Las tendencias hipersexualizadoras que manifiesta, no frenadas por nadie, le hacen, finalmente, perder el norte y entregarse a ciertas actitudes que acaban costándole muy caro, aunque, a la postre, Pablo consiga rescatarla de la sombra.
Durante toda la novela, el erotismo —si todo lo que aparece puede considerarse como erótico— está más que patente. Ningún “capítulo” se libra de varias páginas destinadas a cierta manía sexual o cierta práctica; la autora se encarga de cubrir todas las posibilidades que se concibieran en el momento de la escritura del libro, con un claro exceso descriptivo y un deleite que hace que la obra tenga un toque escabroso claro. No es una novela fácil para una lectura sosegada; Almudena Grandes se empeña en que su lector mantenga fielmente la atención en su texto mediante relatos detallados de lo que le acaece a Lulú. Sin embargo, a veces parece que tanto exceso es repetitivo; incluso las múltiples manías que Almudena narra con maestría no resultan de suficiente originalidad durante toda la obra, donde se recurre a la repetición de algunas de ellas. Esto y la escasa trama narrativa —difuminada entre tanto sexo— dan a Las edades de Lulú un tono algo reiterativo.
Imagino que esta novela, en 1989, resultaría rompedora por la crudeza de la expresión y lo novedoso del tratamiento del tema. En todo caso, eso no afectó a su difusión, pues la novela tuvo una aceptación impresionante y una adaptación cinematográfica casi inmediata, aunque no exenta de polémica. Quizás esté siendo algo presentista con el argumento anterior, pero lo cierto es que, más allá de un claro exceso de sexo —incluso en la expresión de las diferentes posturas y acciones que rodean al acto de follar—, la novela es una completa delicia. Lulú es un personaje redondo, que evoluciona (aunque no para bien, precisamente) a lo largo de su vida; su aprendizaje vital puede ser el de cualquier humano, a pesar de lo aparentemente exagerado de algunos momentos. Lulú es el reflejo de todas las pasiones humanas. De un modo u otro, sus lectores, en algún punto, se sienten Lulú o desearían sentirse como tal. Esa es la grandeza de la obra: su mensaje, de algún modo, es universalizable. Es una obra que reviste gran humanidad en tanto que trata un tema muy humano con extremo realismo, además de desmitificar el sexo para hacerlo más próximo al placer bajo que, en tantas ocasiones, resulta ser. De esta manera, el sexo no es algo elevado, sublime o sublimador; al contrario, es mero placer. Precisamente, Pablo, tras la primera vez que folla con Lulú, le dice que “el sexo y el amor no tienen nada que ver” (p. 87, en la edición de 2021 de la editorial Tusquets). Esta obra se encarga perfectamente de bajar a la tierra la realidad del sexo y de hacer desaparecer el amor de ella.
Retomo aquí el tema de la obra, eso que, en los manuales de análisis literario, trata de asemejarse con aquello, el fin último, que el autor pretende transmitir. Después de darle ciertas vueltas, creo que el tema aquí es la naturalización del sexo. Considero que, en 1989, muchos cambiarían de opinión sobre estos temas al leer esta obra (otros la tacharían de obscena tras leerla, y otros la leerían por puro morbo), pero lo cierto es que es una obra que no puede dejar a nadie indiferente. Esto demuestra el poder transformador de la literatura, capaz de remover conciencias, cambiar opiniones y mostrar reacciones de lo más variopintas que muestran que la peor literatura es la que no remueve por dentro, cosa no aplicable, en absoluto, a esta magnífica novela de Almudena Grandes.
Como resumen, vuelvo al título de este texto: “un exceso genial”. Me parece un sintagma que resume perfectamente la aportación de Almudena Grandes a la historia de la literatura (El Mundo la incluyó en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX). Hay un exceso de sexo que da a la novela un aire reiterativo —siendo muy quisquillosos, cansino—, pero es innegable el valor naturalizador y moral que muestra esta excelente obra que debiera ser leída acaso para tener en cuenta que sexo y amor no son lo mismo…