La suma de secretas felicidades y minúsculas visiones de lo extraño. “Cuentos completos”, E. Rosero
La suma de secretas felicidades y minúsculas visiones de lo extraño. “Cuentos completos”, E. Rosero
Evelio Rosero, Cuentos completos
Barcelona, Tusquets
368 páginas, 19 euros

La construcción del mundo pertenece al planeta de los sentidos. Esa parece ser la norma que rige estas obras de formación, en las que Evelio Rosero (Bogotá, 1958) pone el lenguaje a fermentar en función del mundo sensual. No se trata de obras de concepto ni de escritos desde la rabia, ni siquiera de abundancia de otra imaginación que no sea la de la música, la de las palabras. Esta recopilación es un ejercicio de retorno en el que el lenguaje se articula para construir una existencia, o varias, o sucedáneos de existencias. El libro se divide en función de la temática, pero los relatos siempre tienen un trasfondo realista, más que mágico, más que fantástico, aunque Rosero trate de envolverlo en otras telas.
Uno se va preguntando, a medida que se adentra en los cuentos, por el espíritu hedonista de los mismos. Resulta extraño un proyecto tan puramente literario que se despoja de cualquier otra función que pudiera tener el relato. Rosero va desplegando su aprendizaje en cuentos resueltos con el diálogo, el perfil o con influencias de los cuentos de hadas y del realismo social. El imperio del oído, sea como sea, siempre está de manifiesto. De ahí que no sea fácil identificar el tema único de las obras, que es la maldición de la soledad. Tanto sus narradores como sus protagonistas, de diversos estratos sociales, de actualidad o de época, sufren una vida en la que los demás son una compañía que no basta para rellenarla, para justificarla, para entenderla, si es que hay algo que entender, si es que nos empeñamos en justificar lo injustificable, si es que algún relleno gestiona que nuestras carencias de amor estén cubiertas. El cuarto hijo, el pequeño, que escapa del hospital con sus hermanos, o la reina que juega al ajedrez buscando un rey del que enamorarse, ignoran con igual intensidad cuál es el tema de la vida, que es la única obra literaria que carece de tema. Rosero ha conseguido apaciguar ese vacío existencial con el lenguaje, con los recursos musicales que le permiten las palabras.
Sus piezas hablan del paso del tiempo, del amor, y de la muerte. Pero también dan rienda suelta a la más pura fantasía y la lujuria. Pueden incluso adoptar la forma de un sueño, ese que se transmuta en pesadilla y persigue al que duerme hasta enervarlo. A menudo, sus protagonistas, seres marginales incapaces de integrarse en la comunidad, impactan como un puñetazo en el estómago del lector. Y es que Rosero se caracteriza por aplicar su mirada aguda, y muchas veces desencantada, al retratar los hábitos de una sociedad corrompida y destinada a desaparecer, en ocasiones despiadadamente violenta. Pero es también un autor que invita a la imaginación a volar cuando la poesía toma la página y lleva de la mano al lector, que no puede sino asombrarse y zambullirse en el mundo palpitante que esta obra propone. Construidos sobre el eje de la irracionalidad humana, gravitan también sobre la dificultad de nombrar, de expresar, de auscultar la ternura, sin sumergirse en el agua de lo cursi.
En estos cuentos de Rosero, lo inesperado y lo maravilloso no son sinónimos de lo terrible. Hay una propensión —que es la propensión de todo un siglo— a desplazar el orbe irracional al territorio de lo monstruoso o de lo aciago. Pero no siempre es así. No siempre lo monstruoso es una categoría amenazante y hosca. Digamos que en Rosero se ha formulado una difícil conciliación, que une la fatalidad con ciertas variantes —modestas o desesperadas, pero siempre breves— de la fortuna. En este equilibrio fugaz, el autor parece resumir una arriesgada concepción del mundo: la suma de secretas felicidades y minúsculas visiones de lo extraño.
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