De la soledad y los fantasmas. «La bajamar», de A. Moreno Durán
De la soledad y los fantasmas. «La bajamar», de A. Moreno Durán
Aroa Moreno: La bajamar
Barcelona, Random House
192 páginas, 17,95 euros

La bajamar es una novela sobre los laberintos, dolores y renuncias que entraña la maternidad. Tres generaciones de madres son concitadas en sus páginas: la anciana Ruth, superviviente de la guerra civil y de la posguerra; Adriana, su hija, una mujer solitaria que cuida de ella; y la joven madre Adirane, que regresa a la casa familiar, en el País Vasco, después de una honda crisis personal para recuperar algunas de sus señas de identidad perdidas por el paso de los años. Los días que Adirane pasa en la casa de su abuela y su madre sirven para disparar la memoria de las tres, en capítulos en los que se alternan sus voces. Al igual que en La hija del bolchevique, su anterior novela, el esfuerzo de Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981) se centra en retratar cómo casa la violencia de los acontecimientos políticos fijados en los grandes discursos históricos con las constantes intrahistóricas en que se suceden las vidas de la gente común. Guerras, revoluciones, dictaduras, violencia social…, parece concluir la autora, contaminan la vida cotidiana y la llenan de incomunicaciones, de frustraciones y de la necesidad de reparar los daños infligidos sobre los vínculos maternofiliales. Sensibilidad y memoria, familia y política son, pues, los materiales que nutren sus historias.
La escritura de Moreno Durán destaca por el meticuloso cuidado que pone en dejar la narración en su esqueleto mínimo. Ello redunda en el poder connotativo de su prosa y, consecuentemente, en su lirismo. En ocasiones, también deriva en un exceso de artificio; elipsis, anacronías, saltos de la voz narrativa… complican el trabajo del lector, lo cual en sí no es demérito, pero no siempre se encuentra la función de tales artificios retóricos. También desnuda en exceso las historias hasta el punto de dejar lagunas que las expliquen, maticen y las hagan significativas. Si la historia de la abuela Ruth es la central y en ella se pone el mayor esfuerzo de la narración, la explicación de las frustraciones de Adriana es excesivamente esquemática y el trauma sufrido por la más joven, Adirane, que motiva su regreso y el desvelamiento de toda la historia, resulta artificioso. No cabe duda de que la historia de Ruth, su memoria infantil de desarraigo, duelo y penuria, merecen la pena contarse y Moreno Durán lo hace con maestría y sensibilidad. Sin embargo, los otros dos personajes quedan desdibujados; su autora no ha puesto en ellas el mismo interés. En este sentido, la novela debería reestructurarse, renunciando a que las tres mujeres compartan el protagonismo. O bien convendría matizar mejor los avatares de Adriana y Adirane. Por otra parte, el tópico de la recuperación por parte de un miembro de una generación más joven de secretos familiares ocultos, bien por miedo o bien por desinterés, es ya una fórmula tan manida en las novelas de la memoria que recomendaríamos no usarla ya más, a menos que se quiera cuestionar o modificar radicalmente. En La bajamar, además, los móviles del repentino interés de la abúlica Adirane por registrar los recuerdos de su abuela son demasiado confusos y no los justifica esa crisis personal que atraviesa.
Pese a todo ello, La bajamar es una novela madura que confirma un estilo muy personal. Su comienzo ―la muerte accidental de un niño― es impactante y, desde ese arranque, el interés de la novela no decrece en ningún momento. Igualmente, el personaje infantil de Ruth, su evacuación, desarraigo y doloroso regreso, está narrado en páginas memorables. La capacidad de Moreno Durán para representar afectos y renuncias es magistral; su interés en las pequeñas historias de mujeres que encierran claves de nuestra identidad colectiva y su reconocible voluntad de estilo la hacen una autora muy reconocible. En este sentido, La bajamar se suma a un corpus de recientes novelas ―las de Edurne Portela, Olga Merino, Marta Sanz, Sara Mesa…― empeñadas en buscar lenguajes adecuados a la complejidad de una conciencia femenina, atravesada por diversos tipos de violencias. Moreno Durán tiene una extraordinaria capacidad para que encontrar lenguajes que hagan de la literatura el perfecto vehículo de transmisión de la soledad, del silencio, del dolor, en páginas de una altísima intensidad que difícilmente se olvidan.
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