El asesino silenciado. «Amianto», de Alberto Prunetti
El asesino silenciado. «Amianto», de Alberto Prunetti
Traducción de Francisco Álvarez
Gijón, Hoja de Lata
193 páginas

Al menos diez mil pasos diarios. Duerma unas ocho horas cada noche, respetando un horario habitual. No abuse del alcohol. Trate de comer verduras. Nada de barbacoas y dulces que le puedan subir el colesterol. Tápese cuando haga frío. Cepíllese los dientes al menos durante dos minutos unas tres veces al día. Ya sabe, para coger el tostador que guarda en el estante de abajo, flexione las rodillas, nunca la espalda. Deje que le dé el sol al menos durante una hora al día, que si no la vitamina D escasea. Recuerde revisar su vista al menos una vez al año, y que no se le olvide la analítica, que hay que cuidarse. No, pero no achaque ese eccema al estrés del trabajo. No tiene nada que ver con que se tenga que levantar todas las mañanas a las cinco para llegar a su turno de diez horas en la fábrica. Pero no sea ingenuo, ¿cómo va a ser culpa del plomo o del zinc esa tos? Si salía usted sin abrigo del bar anoche, que lo vi yo. Las instalaciones tienen la certificación de seguridad necesaria. Pero no se preocupe, si no está usted de acuerdo puede entrar a trabajar en cualquier otro lado, ¿no es cierto?
Así es como actúa el asesino silencioso de la novela que saca a la luz ahora en España la editorial asturiana Hoja de Lata, Amianto. Publicada originalmente en Italia como Amianto. Una storia operaria (Edizioni Alegre, 2014) se ha alzado con el Premio Especial del Jurado Grotte della Gurfa y ha llevado a su autor, Alberto Prunetti (Piombino, 1973) a ser nombrado Escritor Toscano del año 2013. El autor italiano se dedica a lo largo de la obra a revivir la historia laboral de su padre, Renato, un obrero orgulloso de ser dominador de un oficio que, sin embargo, no deja de conducirlo por un duro camino lleno de precariedad y riesgos laborales.
Se podría pensar que este asesino silencioso al que se pone contra las cuerdas es precisamente el material que le da título a la obra, el amianto. Sin embargo, el autor se preocupa de dejar claro que este producto no es más que el brazo ejecutor de una verdadera masacre. El verdadero culpable es más silenciado que silencioso, y se encuentra mucho más oculto de lo que parece en un primer momento. Se encuentra, además, “protegido por una legión de médicos, ingenieros, asesores, empresarios…”, por lo que resulta casi imposible acabar con él. Renato es víctima mortal directa de un sistema que maltrata, empobrece y debilita a un sector completamente invisibilizado. Y, como dice Isaac Rosa en el acertado prólogo que abre la novela,
lo que no se ve, no existe. Todos trabajamos ya ante ordenadores, con el ratón en la mano y los pensamientos en la nube; los edificios se levantan solos igual que las calles son barridas y las carreteras asfaltadas por fantasmales figuras que apenas vemos al pasar en el coche y que atropellaríamos de no vestir trajes reflectantes.
Pero Amianto va más allá. No solo retrata la vida laboral de un obrero que recorre toda Italia en busca de sustento para su familia, sino que muestra los sentimientos de esa familia que lo ve marcharse cada domingo para asegurar que su hijo estudie una carrera y pueda escapar de la trampa en la que él ha caído. Prunetti nos proporciona una imagen del hijo del obrero, que ve su vida completamente condicionada al estatus de sus padres, y que no hace más que buscar la salida de ese laberinto: “nunca llegaré a ser futbolista profesional y no voy a poder mantenerlo económicamente. Habrá de seguir rompiéndose el culo en el tajo.”
“Esta es la historia de un hombre que empezó a ganarse el pan con catorce años, que entró en la fábrica y que nunca llegó a salir de ella en realidad, porque las instalaciones industriales hicieron anidar en sus células su propia carga negativa”. Es la historia de un hijo orgulloso que admira a su padre, que es consciente del lugar que le ha tocado ocupar, y que ha llegado para decir que esto no es cosa del pasado. Que, como en el cuerpo de su padre, el amianto está presente en nuestras vidas aunque no lo veamos.