Un piso en la España vaciada. “Los asquerosos”, de Santiago Lorenzo.
Un piso en la España vaciada. “Los asquerosos”, de Santiago Lorenzo.
Santiago Lorenzo, Los asquerosos
Barcelona, Blackie Books
224 páginas, 21 euros

De aquí a un tiempo, especialmente desde la visión de “La España vacía” de Sergio del Molino, son frecuentes los lamentos de desesperanza ante tantos pueblos que están perdiendo su identidad, al emigrar progresivamente los habitantes que los mantenían vigentes. La concentración de la población en las ciudades ha generado, cada vez más, una correspondencia donde la urbanidad predomina y simula ser el único ecosistema natural humano.
Es un acierto que Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964) haya elegido en esta ocasión un remoto pueblo totalmente deshabitado de la España interior para desarrollar su exitosa novela Los asquerosos. Este escritor ya había desempeñado antes cargos como director y productor de cortometrajes, uno de los cuales, Caracol, col, col (1995) obtuvo el premio Goya al Mejor Corto de Animación. Durante la última década, se ha dedicado a escribir historias con un humor absurdo que sabe desarrollar con soltura. Ocurre así en su primera novela, Los millones (2010), que cuenta la historia de un terrorista de poca monta del GRAPO que vive en la clandestinidad absoluta, y que cuando gana el primer premio de la Primitiva Nacional no puede ir a cobrarlo porque no tiene DNI. En 2012 ofreció Los huerfanitos, en la que tres hermanos heredan al morir su padre un teatro, el cual deberán revitalizar para sobrevivir económicamente en contra de sus propios intereses. En 2015 publicó Las ganas, que tiene por protagonista a un químico abocado al fracaso profesional y que sufre también por su larga abstinencia amorosa. Al margen de estas novelas, ha publicado 9 chismes (2017), que recopila varios relatos ilustrados.
Su libro de 2018, Los asquerosos, también contiene notas de humor, pero su planteamiento general es de tono más serio. Su protagonista es Manuel, un joven madrileño con notables dificultades para socializar, lo cual también le dificulta encontrar un buen trabajo. Un día, mientras la policía disuelve una manifestación en su barrio, se topa en su portal con un agente que parece que va a atacarle, confundiéndolo con un manifestante. Manuel se defiende con el destornillador de su bolsillo, el cual acaba en el cuello sangrante del policía. Le cuenta lo ocurrido a su tío, la única persona en quien mínimamente confía en su mundo retraído. Ideando juntos un plan contrarreloj, deciden que lo mejor es que Manuel abandone Madrid en su viejo coche y se marche lo más lejos posible de cualquier lugar concurrido para que no puedan encontrarle.
Conduciendo para perderse llega a Zarzahuriel, un pueblo de escasas viviendas totalmente abandonado. Manuel toma la decisión de ocupar una casa, aparcando el coche en el garaje y descargando las escasas pertenencias que tomó en su precipitada huida. A través de un móvil viejo que no puede ser geolocalizado se comunica con su tío, quien resuelve algunos de los problemas más acuciantes de su sobrino, como el suministro de comida de forma regular o la posibilidad de obtener ingresos modestos con los que sobrevivir. Manuel no tarda en acomodar su vida a Zarzahuriel, disfrutando de su nada agobiante atmósfera. quien huye a una aldea para buscar un anonimato del que sacará mucho provecho. Es como si todos los problemas que antes tenía en la ciudad y con sus gentes hubieran desaparecido al aterrizar en un ambiente totalmente solitario. Las conversaciones con su tío cada vez son menos frecuentes y concisas, como si Manuel estuviera soltando amarras. Hasta que aparezcan los mochufos.
Los logros de esta novela, que ha llegado a su decimosexta edición con más de 100.000 ejemplares vendidos, reposan en haber encontrado un argumento nuevo, el cual sabe conducir con un tono muy fructífero. Está destinada a sorprender a aquellos que creen que ya no se conciben ideas originales en el panorama literario actual. Posee un estilo directo, aunque salpicado de algunos términos poco habituales que enriquecen la experiencia. El narrador, que es el tío de Manuel, resulta ser un enfoque perfecto al informar de sus impresiones sobre la atípica situación por la que pasa el sobrino. La tensión de la historia se mantiene por la incertidumbre de si la policía encontrará a Manuel, así como por una descripción muy realista de todos los retos que tiene que afrontar el joven en su nuevo destino despoblado.
Paulatinamente, a medida que Manuel se adapta a vivir solo en el campo, emprende una transformación personal que a la vez es un recogimiento interno. Para él, la vida rural no es aburrida y limitada, sino que constituye un sinónimo de independencia y libertad sin límites. En los actos de su protagonista, la novela termina por ofrecer una defensa de nuestras raíces naturales.