El carácter volátil de la libertad. “El castigo”, de Tahar Ben Jelloun

por Mar 21, 2019

El carácter volátil de la libertad. “El castigo”, de Tahar Ben Jelloun

por

Tahar Ben Jelloun, El castigo

Madrid, Cabaret Voltaire

192 páginas, 18,95 euros

La literatura sirve muchas veces a los escritores como medio para manifestarse contra los abusos y las injusticias que, normalmente, han experimentado de manera directa. Este principio se sucede constantemente en la producción literaria de los países árabes desde mediados del siglo pasado y ha acabado siendo una de las causas de persecución y exilio de varios autores. Los escritos sirven como reflejo de la realidad y, por ello, son temidos por los gobernantes. Es preferible maquillar las verdades de cara al mundo para mantenerse bajo su holgada máscara, por lo que cuando las obras salen a la luz y las traducciones se disparan, el único enemigo accesible es el propio escritor. En cuanto al marco de la denuncia social, sobre todo, tienen impacto las obras autobiográficas que se arriesgan a poner en evidencia tanto los sucesos ocurridos como a las personas partícipes. Ahora, siguiendo el ejemplo de otros marroquíes como Mohammed Chukri, Tahar Ben Jelloun (Fez, Marruecos, 1944) continúa la misma trayectoria autobiográfica con su nueva novela, El castigo (2018), traducida desde el francés por Malika Embarek López, experta en la traducción de autores magrebíes.

Retrocede al periodo denominado popularmente como “los años de plomo”, durante el reinado de Hassan II (1961-1999). Unos años de desconfianza hacia el Estado y de terror ciudadano ante las prácticas ilegítimas de los altos cargos nacionales contra todo individuo que fuese considerado como “perjudicial” —aquel que no compartiese su ideología, o apoyase la anhelada llegada de la modernidad europea y estadounidense—. En ese ambiente, un joven Tahar forma parte de las manifestaciones estudiantiles de 1965 que se diseminaron por las ciudades más importantes del país. Protestaban pacíficamente contra la reciente negativa por parte del Ministerio de Educación a que los estudiantes que habían superado la Secundaria accediesen a los estudios universitarios. Como en toda época, el conocimiento es el arma más temida por el Estado que, idealmente, pretende manejar a su antojo a una población bañada en la incultura. Por ese motivo, se encargó al visir, Mohammed Ufkir, que reprimiese a los estudiantes de forma violenta. A pesar de ello, los supervivientes no fueron olvidados y, meses más tarde, el Estado se ocupó de su merecido castigo.

Irónicamente, los estudiantes que apoyaban el pacifismo ahora se veían encarcelados, apaleados y obligados a realizar trabajos extremos (algunos incluso violentos) en situaciones totalmente desaconsejables para la salud física y mental de cualquiera. La reclusión a noventa y cuatro estudiantes se alargó más de año y medio, y fue ocultado a la ciudadanía bajo el pretexto del común servicio militar. Durante ese lapso temporal, Tahar controla el desarrollo del discurso procurando crear un equilibrio entre la crudeza de las descripciones de los diferentes maltratos e injurias a los que fueron sometidos, que se suceden ordenadamente hasta el momento de su liberación; y la ternura de las memorias como vía de escape de los horrores que le sobrepasan: imágenes de su novia y reflexiones acerca del amor; la reconstrucción de películas americanas; y el intento de entonar canciones que, aunque el oído ha olvidado, el alma todavía siente. Esas variaciones evitan una monotonía narrativa. Además, permiten la incorporación de los pensamientos y sensaciones de Tahar; y de saltos temporales justificados por su tendencia a aferrarse a los recuerdos. Por ello, la obra apela especialmente a la percepción sensorial, aspecto que facilita la empatía hacia los reclusos. Este elemento va acompañado de un acercamiento al lector a través del uso de la palabra justa, sin excederse innecesariamente.

El autor marroquí se apoya en la narración en presente para comprometer no solo al pasado sino también a la actualidad y, así, logra transmitir y concienciar sobre el valor de la libertad y su consecuente fragilidad. Un tema sobre el que convendría meditar en la sociedad contemporánea, donde el individuo se piensa dueño de sí mismo, pero a la vez vive sumergido en el control y las ataduras, por ejemplo, de las nuevas tecnologías y la falta de comunicación. Para Tahar, esta fue una experiencia que significó su inicio en el mundo de la escritura, concibiéndola como una necesidad. A modo de escritor no premeditado se ha dedicado a la creación literaria durante más de cincuenta años y, por fin, es capaz de plasmar en papel su denuncia de los hechos. El castigo llega ahora a nuestras manos casi como un suspiro de desahogo.

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