Lo más difícil es admitir que no queremos regresar. “Luces de invierno”, de Irati Elorrieta
Lo más difícil es admitir que no queremos regresar. “Luces de invierno”, de Irati Elorrieta
Irati Elorrieta, Neguko Argiak
Traducción del euskera de Jon Gerediaga e Irati Elorrieta
Barcelona, Galaxia Gutenberg
288 páginas, 21 euros

Lengua de una nación diminuta,
lengua de un país que no se ve en el mapa,
nunca pisó los jardines de la Corte
ni el mármol de los edificios de gobierno;
no produjo, en cuatro siglos, más que un centenar de libros:
el primero en 1545; el más importante en 1643;
el Nuevo Testamento, calvinista, en 1571;
La Biblia completa, católica, allá por 1860.
El sueño fue largo, la biblioteca breve;
Pero en el siglo veinte, el erizo despertó.
Ese erizo del que hablaba Bernardo Atxaga en su poema “Escribo en una lengua extraña” parece que ya se mueve en el siglo XXI a sus anchas por el campo literario español. Galardones como el Premio Euskadi de Literatura en Euskera no solo ayudan a que estas obras se reconozcan en su lengua original en el territorio en el que se hablan, sino que permiten traducciones como la que publica Galaxia Gutenberg de la ganadora en 2019 –Neguko Argiak (Pamiela, 2018)–: Luces de invierno, de Irati Elorrieta.
La novela presenta dos personajes –Añes y Marta– que han tenido, por unos motivos u otros, que emigrar. Las dos españolas parece que crean un vínculo en el que la una necesita a la otra porque representa todo eso que han dejado atrás. “Cuando se llega a una ciudad desconocida, podría pensarse que la vida va a empezar en este momento”, afirma Añes. Sin embargo, parece que la vida no se renueva tan fácilmente, que hay personas y vivencias que no se pueden dejar atrás porque “el que se marcha, a diferencia del que se queda, siempre tiene una razón”.
A pesar de que el foco de la novela se centra tanto en Marta como en Añes, es esta última la que termina convirtiéndose en la protagonista. El peso de sus vivencias es el que marca la narración, y la historia de Marta pareciera que tan solo aparece como apoyo a la de este personaje. De hecho, va a ser en su historia en la que no paren de aparecer esas grietas que pueblan toda la narración. Grietas que unen continuamente su presente con un mar de recuerdos ya vividos, que creía ya olvidados, y que permitirán que Añes descubra que “hace tiempo que el futuro se volvió pasado”.
Estas grietas en el tiempo permiten hilar toda la trama. Por ellas se colará la voz de un antiguo amante de la protagonista que, como si fuera un fantasma, se comunicará con ella. Este personaje, por la forma en la que aparece, es uno de los pocos motivos que salvan la novela. Permitirá reconstruir detalles del pasado de Añes que darán a conocer las razones del comportamiento tan frío y desconfiado que mantiene con otros personajes.
A menudo la narración se detiene en detalles que resultan insignificantes, entorpeciendo en algunos aspectos el desarrollo de la trama y engordando una historia que pudiera ser mucho más breve de lo que finalmente es. Se incluyen numerosos datos históricos que poco tienen que ver con la trama que se está presentando. Porque al terminar aparentemente se desvela como un aprendizaje final que “lo más difícil es admitir que no queremos regresar”. Una tesis que desde el comienzo de la obra es más que notable, que no parece extraída de la historia que se ha narrado. La ambientación, con esas luces de invierno que dan título a la obra, describen la penumbra en la que sume la lectura del texto.
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