La genialidad de The Beatles: los 50 años de “Abbey Road”
La genialidad de The Beatles: los 50 años de “Abbey Road”
Hablar de la genialidad de John Lennon, de Paul McCartney, de George Harrison y de Ringo Star, los integrantes de The Beatles —la aclaratoria parece innecesaria—, es quizá uno de los tópicos más repetidos. Sin embargo, no siempre somos capaces de defender esta afirmación. La falta de argumentos no tiene nada que ver con la calidad de la música de los cuatro de Liverpool. En cambio, se debe a una falta de reflexión: la genialidad de los Fab Four es un axioma aceptado casi universalmente. Incluso quienes cuestionan este principio pseudo-universal carecen de razones de peso, descartan el problema con comentarios un tanto vagos como, por ejemplo, “el grupo está sobrevalorado”. Frente a este panorama, la pregunta por la genialidad de un disco como Abbey Road (1969), que ha cumplido 50 años en septiembre del 2019, resulta no solo pertinente, sino necesaria.
Hay canciones que han sido escuchadas tantas veces que parecen haber perdido sus matices. Es un efecto de la producción en masa: el exceso acaba por opacar las particularidades que hacen al objeto cultural único. Para resumir, la cantidad diluye la calidad, al menos en un primer momento. Esto tiene dos rostros. El más común es bien conocido: la búsqueda por masificar la producción musical, combinada con el deseo por satisfacer los gustos de una audiencia un tanto frívola, trae como consecuencia la existencia de miles de canciones que suenan exactamente igual. El fin no es el arte, su capacidad de innovar o de interpelar al escucha. El objetivo es vender. Esta crítica es un lugar común, pero no por eso deja de ser acertada. La otra cara del problema, y tal vez la más peligrosa, se encuentra en lo que podríamos llamar los clásicos de la cultura pop. Hay temas cuya genialidad se ha disuelto, música que ha sonado hasta el cansancio y parece haber perdido el aura que define su cualidad estética.
¿Cuántas veces hemos escuchado “Here Comes The Sun” o “Something”? Seguramente, incluso quien no reconozca los títulos habrá escuchado estas composiciones de The Beatles. Aun así, es probable que las particularidades que transforman a estos y los otros temas de Abbey Road en textos artísticos pasen desapercibidas. La cultura de masa produce un tipo de audiencia y la música, hoy por hoy, se reduce a mero entretenimiento. El público quiere una melodía pegajosa, una armonía agradable, un ritmo animado. Por supuesto, las canciones de The Beatles ofrecen esto. No es casual que sigan siendo objeto de remasterizaciones y relanzamientos. Incluso han tenido la oportunidad de encontrar una nueva forma en la reciente película de Danny Boyle, Yesterday (2019), con el cantautor Ed Sheeran en el reparto. El problema es que lo demás, esos elementos que no pueden ser aprehendidos en una primera y superficial apreciación de la música, es relegado a un segundo plano. La gran ironía está en que son esos matices los que transforman una canción pop en una obra de arte.
Tampoco faltan reinterpretaciones que buscan entender a los cuatro de Liverpool más allá de su cualidad de artistas pop. No solo la película de Boyle, que, a pesar de su carácter evidentemente comercial, no deja de presentar una reflexión interesante. También se puede citar el musical de Juley Taymor, Across The Universe (2008), que se da la tarea de repensar las composiciones de The Beatles, cómo se vinculan con su época y cómo la trasciende. Asimismo, no faltan músicos como Steve Wonder o Marcus Miller, entre tantos otros, que revisitan los temas para darles nueva vida.
Aun así, citar estos ejemplos, apelar a su autoridad, no es suficiente. Parece una variante de lo que dijimos al inicio, una forma de volver sobre ese axioma que ha perdido su fuerza por la repetición: Lennon, McCartney, Harrison y Star son artistas geniales. Para intentar justificar esta afirmación debemos sumergirnos en la música, intentar descifrar sus códigos internos, esos que a veces ignoramos porque suele ser suficiente una melodía pegajosa.

Vale la pena empezar por los éxitos del disco. “Here comes the sun” es la canción del cuarteto más escuchada en Spotify y, además, fue el tema seleccionado para promocionar la edición celebratoria del álbum. Al escuchar los primeros compases, debemos reconocer que la guitarra es, sin duda, la insignia, junto con la voz de Harrison. Sin embargo, basta con prestar atención para notar las capas que subyacen al instrumento central y que, en cierta medida, lo sostienen. Esto es evidencia del increíble trabajo de orquestación de George Martín –conocido como el quinto Beatle–, que es capaz de combinar instrumentos de cuerda tradicionales con los sintetizadores que ya a finales de los sesenta empezaban a estar en boga. El productor y arreglista realiza una labor meticulosa: cada compás suma un nuevo tono, un arreglo que da otro color a la canción. A pesar de que “Here Comes The Sun” es asociada a la guitarra, la riqueza de esta composición del “Beatle callado” (Harrison) está en los distintos niveles que la conforman, en cómo se combinan para crear algo que solo puede ser descrito como una atmosfera que envuelve a la melodía y le da sentido.
“Something”, el otro tema compuesto por Harrison para Abbey Road, es de los más celebrados, incluso por sus compañeros en la banda. Frank Sinatra lo elogió como lo mejor del cuarteto —aunque erróneamente adjudicó la autoría a Lennon y McCartney—. La decendencia cromática que define la melodía y la armonía de la canción es uno de sus mayores ganchos. Este tipo de progresiones era, de hecho, una marca característica del estilo de composición de Harrison y aquí es utilizado con maestría. Los instrumentos, más allá del arreglo de cuerdas, son lo típicos de una banda de rock —batería, bajo, guitarras, órgano, etcétera—. Cada uno construye una línea melódica propia que suma a la polifonía de voces que conforman el tema. Cabe resaltar, sobre todo, la línea de bajo, interpretada por McCartney, y al solo de Harrison, uno de los mejores del grupo.
El disco tiene un buen número de composiciones típicas del género rock, cada una con sus particulares. Pero es probable que debamos voltear la mirada hacia las canciones menos tradicionales y más extrañas para comprender por qué este disco es tan particular. Es imposible escuchar “Beacause” sin notar el extraño ambiente que crea: inspirada por la Sonata nº 14 de Beethoven, captura la misma atmosfera romántica, casi onírica, y la combina con la psicodelia que tanto influyó a Lennon, autor de la canción, durante la segunda mitad de la década de los sesenta. En esta línea, y del mismo compositor, “Sun King” es otra pieza que construye un mundo a través de los acordes. El diálogo con la canción de Harrison, “Here Comes The Sun”, es claro. Retoma la misma temática y le da un color diferente. Esto recuerda que los Beatles no solo habían alcanzado su madurez como compositores, desarrollando estilos propios e individuales, sino que subraya como, precisamente por esta razón, sentían la necesidad de tomar caminos distintos —no olvidemos que este fue el último disco que grabaron juntos, aunque Let It Be se publicó posteriormente—.
Una última cuestión que queremos discutir, para entender el espíritu rupturista e innovador de Abbey Road, es el quiebre que hicieron con la estructura clásica de la canción pop. La conocemos sobre manera: un tema de este estilo, y los Beatles podrían proporcionar varios ejemplos, está conformado por una parte A, que contiene la estrofa, y una parte B, el estribillo, que se repite a lo largo de la canción. En ocasiones, encontramos un breve intermedio o puente. “You Never Give Me Your Money” abandona esta fórmula y opta por una estructura progresiva: se divide en cuatro partes, todas diferentes, pero capaces de crear una relación armónica. Esta manera de componer se repite en los últimos temas del álbum. Aunque son seis composiciones distintas, se dividen en dos unidades que deben escucharse como conjunto: “Mean Mr. Mustang”, “Polythene Pam” y “She Came In Through The Bathroom Window”, por un lado; y “Golden Slumber”, “Carry That Weight” y “The End”, por otro. Son estas canciones las que recuerdan que The Beatles pensaban sus discos como unidades de significado, cuya heterogeneidad no negaba el vínculo que unía los tracks —algo que puede resultar extraño al escucha contemporáneo, tan acostumbrado a los singles individualizados—.
Lo cierto es que ni siquiera estos temas —que, según los miembros de la banda, podrían escucharse como una gran canción— pierden su cualidad pop. Para retomar lo dicho antes: siguen teniendo una melodía pegajosa, una armonía agradable y un ritmo animado. Esta es una de las cuestiones más interesantes de Abbey Road: mientras que, a finales de los sesenta, las bandas se hacían cada vez más experimentales e, incluso, herméticas dentro de sus búsquedas, The Beatles lograban mantener un equilibrio. Aunque las de su último disco no son composiciones tan comerciales como sus primeros éxitos, en ningún momento se hacen inaccesibles. Los cuatro de Liverpool aparecieron en una época en la que la división entre lo pop —lo comercial, digámoslo sin eufemismos— y lo artístico no era necesaria. La separación entre mega producciones de la industria musical y artistas independientes, que hoy resulta tan clara, era difusa. No olvidemos, hablamos de la época en que Jimi Hendrix y Cream, vanguardia de la música rock, lideraban las listas. The Beatles son, desde esta perspectiva, el reflejo de un espíritu propio de los sesenta: la búsqueda artística ligada a lo que podríamos llamar, siendo imprecisos, la “baja cultura”, la vanguardia nutriéndose de lenguajes propios de la música pop.
Tal vez debemos abandonar el tópico que abre este texto, esa idea gastada y repetida hasta el cansancio. En pocas palabras, dejar de defender la genialidad de los Fab Four. No haríamos esto con el propósito de relegar al olvido discos como Abbey Road. El objetivo sería otro: volver a la música, redescubrir las canciones de Lennon, McCartney, Harrison y Star. Al quitar ese estatus de genialidad que recubre la discografía de los cuatro de Liverpool, podremos escuchar los matices que se esconden en sus composiciones, explorar los colores que conforman los arreglos de los temas y disfrutar de su cualidad estética sin prejuicios. Regresaremos, así, a lo que realmente importa: el disco entendido como un texto artístico que, todavía hoy, se abre a nuevas interpretaciones.