La vanguardia en retaguardia: “Qué locura enamorarme yo de ti” de Gabriela Wiener
La vanguardia en retaguardia: “Qué locura enamorarme yo de ti” de Gabriela Wiener
El 18 de diciembre, Gabriela Wiener (1975, Perú) estrenó, junto a Mariana de Althaus, su último trabajo: Qué locura enamorarme yo de ti. Fui a ver esta obra gracias a la recomendación de una persona de confianza que me descubrió a la autora y a sus trabajos previos. En un principio era el escenario perfecto para que, personalmente, disfrutara de la obra. Gabriela es una reconocida periodista feminista que suele tratar el tema del poliamor —candente en la sociedad cada vez más inclusiva en la que nos encontramos— ya que ella se encuentra en ese tipo de relación. Tras esta premisa, me esperaba una obra reivindicativa, que no tuviera miedo a presentarnos un modelo de relación y de vida tan real como válido. Tal vez las expectativas previas fueron el problema.
Al comenzar la obra, se presenta Gabriela como protagonista. Es su historia y es ella la que nos la va a contar, dejando claro que no es una actriz profesional, ni ella ni el resto de personajes que aparecen. De esta manera, surge un único foco de luz amarilla cenital apuntando directamente a la protagonista, que está de pie delante de un atril leyendo su historia, a veces mirando al espectador, como si de una exposición de clase se tratara. Así fue como la directora quiso, pero no consiguió, crear un ambiente intimista y realista. La realidad que tenemos delante es la de una mujer contando su experiencia con las relaciones de manera torpe y monótona —con algunos chascarrillos de por medio para no aburrir al espectador, pero que resultan más incómodos que livianos— delante de un montón de gente y con un triste foco amarillo que cuelga encima de su cabeza. Y la sensación es precisamente esa, la de una extraña hablando de sus prácticas sexuales y sus relaciones tóxicas delante de un grupo de desconocidos que se lanzan miradas incómodas los unos a los otros —o por lo menos mis acompañantes y yo así lo percibimos—.
Por su parte, el espacio está plagado de objetos esparcidos por el suelo, sacados de una maleta que vemos tirada y abierta. Pretende dar la sensación de desorden y parece ser que se concibió como una metáfora: la oficina empieza estando desordenada y acaba recogida, igual que su relación que se desmorona, pero a lo largo del tiempo va encontrando el equilibrio. En mi opinión, es una metáfora un poco manida y simplista que requiere un uso del espacio muy básico y poco efectivo. El objetivo era ver la progresión de la relación y de su estabilidad emocional al ver la progresión de orden del espacio y, particularmente, no percibí ese orden hasta que se hubieron encendido todos los focos, porque los momentos en los que recogía las cosas no estaban iluminados.
Casi al final de la obra nos encontramos con una escena en la que aparece una oficina. Se usa la pantalla del proyector para mostrar lo que Gabi está redactando en la máquina de escribir. En este momento el escenario está en penumbra para que podamos leer la pantalla, pero lo cierto es que la combinación de la pantalla y las letras en blanco, además del hecho de que algunos espectadores están ubicados más lejos de la pantalla que otros, provocó que algunas personas no leyéramos bien el texto. Con el proyector se puede ver la narración de la Gabi autora, que cuenta la historia de infidelidad de su padre, que tenía una doble vida y para separarlas su alter ego usa un parche en el ojo cuando va a ver a la amante. Gabi se coloca el parche mientras está ocurriendo esto, haciendo que se rompa el pacto ficcional por el que nos creemos que ella está escribiendo lo que nosotros estamos leyendo y, cuando acaba y se vuelve a dirigir al público, la imagen de ella con el parche resulta vergonzosa.
Situaciones como esta ruptura ficcional, que saca al espectador completamente de la historia, y otros momentos fallidos como cuando Wiener se ubica fuera del foco mientras está hablando —que hace que no sepamos si es una voz en off o no— han hecho que valore el trabajo de los actores y actrices mucho más de lo que ya lo hacía. Está claro que saber interpretar no es lo mismo que plantarse delante de un auditorio a leer un texto, por mucho que este recoja tus propias vivencias. Una buena interpretación y una dirección bien cuidada son decisivas a la hora de disfrutar completamente de una obra representada, la historia no siempre es suficiente. Cuando ninguna de estas tres cosas acierta, el resultado es catastrófico.
Como creo que se ha podido intuir a lo largo de la reseña, me parece que la obra no tiene lugar a representación. La puesta en escena se basa en leer un texto, por lo que el espectáculo funcionaría mucho mejor como monólogo simple, desnudo de atrezo, pero ahí sí que abría que sería conveniente adaptar el texto porque si ya se hace larga y monótona tal cual es, simplemente con la voz de la protagonista o la intervención esporádica de los demás personajes no se haría soportable. Al final lo que uno se encuentra es una representación bastante ridícula de los problemas de una relación poliamorosa de la que apenas se cuenta nada bueno, excepto cuando hablan de sus experiencias sexuales, de una forma demasiado explícita. Si bien es cierto que el resto del público pareció apreciar mucho la obra ya que constantemente se estaban riendo e interactuando con la autora, y en general ha tenido muy buena acogida. Puede que para una persona que no tiene mucho contacto con este ambiente de concienciación social y de identidad, el simple hecho de que le acerquen una realidad como la del poliamor puede ser algo lo suficientemente rompedor y reivindicativo. Pero para los que estamos metidos de lleno en este mundo de redescubrimiento sexual, de plantearse y replantearse las identidades, de la construcción y deconstrucción un modelo social que acaba de ponerse debajo del foco, no nos es suficiente. A esta historia le falta desmontar muchos mitos que solo alientan a la sociedad a seguir siendo igual de tradicional que siempre.
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