Mujer intelectual y extranjera en el Madrid de la Guerra Civil. «Telefónica», de Ilsa Barea-Kulcsar

por Oct 16, 2019

Mujer intelectual y extranjera en el Madrid de la Guerra Civil. «Telefónica», de Ilsa Barea-Kulcsar

por

Telefónica

Ilsa Barea-Kulcsar

Traducción de Pilar Mantilla

Gijón, Hoja de Lata

352 páginas, 21’90 euros

“Quien iba a la Guerra Civil española desde su país de emigración en calidad de antifascista, llevaba consigo sus propios frentes, sus derrotas y objetivos, sus varas de medir y sus ilusiones” declaraba Ilsa Barea-Kulcsar (Viena, 1902 – Viena, 1973) en el otoño de 1965. Y así fue. Cuando llegó a España el 1 de noviembre de 1936, tenía 34 años, y llevaba en torno a unos 18 años de profunda actividad dentro del movimiento obrero austriaco, además de haber visto y hecho frente ya a las fauces del régimen húngaro de Miklós Horthy y al austrofascismo de Engelbert Dollfuß. Debido a todo este recorrido, consideraba “que tenía que participar en la Guerra Civil, no solo porque allí se estaba disputando el combate más importante entre fascismo y democracia –una democracia que contenía el germen de un futuro socialista–, sino también porque yo, con mi experiencia en el periodismo internacional, tal vez podría ser útil incluso después de la victoria”.

Mientras que su primer marido, Leopold Kulcsar, se quedaba en Praga trabajando para la embajada de la Segunda República española, Ilsa escribió al embajador republicano Luis Araquistáin, que se encontraba en París, una misiva en la que señalaba los errores en los que incurría la censura de guerra española y aportaba posibles soluciones para mejorar la propaganda republicana. De este modo, consiguió una invitación de Araquistáin y con esta y otras cartas de recomendación, marchó a España.

Ilsa llegó a Alicante el 1 de noviembre y el 2 de noviembre pisaba Madrid, la capital de la Segunda República. Durante las dos primeras semanas estuvo trabajando como periodista, hasta que el 16 de noviembre entró al edificio de Telefónica. Allí había llegado como periodista, como bien indica en el texto Madrid, otoño de 1936, “entonces llegué como periodista con periodistas, no muy bien recibida por el censor al cargo. Era Arturo Barea, que se convertiría en mi segundo marido. Pero mi historia de amor no forma parte de esto y ya se ha contado en otro lugar –la ha contado él–”, en concreto, en La llama, tercer tomo de la trilogía La forja de un rebelde.

Aunque Ilsa había llegado en calidad de periodista, tres días después de haber entrado en el edificio de Telefónica, empezó a trabajar como censora. El tiempo vivido allí le sirvió como inspiración para escribir esta novela, Telefónica. Inició su redacción en el exilio francés en una pequeña habitación del Hôtel Delambre, situado en la calle de nombre homónimo. En una anécdota recogida por Barea en La llama, señalaba que Ilsa había comentado que “si lo pronuncias como en español, es hotel del hambre y la calle del hambre”. Durante su exilio francés vivieron con muchas estrecheces y ese pequeño habitáculo de “la calle del hambre” fue testigo de cómo el matrimonio, formado por Arturo e Ilsa, se iba turnando para que la máquina hiciera realidad sus textos: La forja de un rebelde y Telefónica, respectivamente. Ilsa acabó de escribir la novela en su exilio definitivo en Reino Unido. No obstante, esta no se publicó hasta diez años después y no lo hizo en forma de libro. Entre el 13 de marzo y el 4 de junio de 1949 el texto apareció repartido en 70 entregas en el periódico socialista austriaco Arbeiter – Zeitung con el título de In der Telefonica, es decir, En la Telefónica.

Telefónica, novela que ha permanecido hasta ahora inédita en español, es una historia ficcional basada en las experiencias vividas por Ilsa. Su objetivo era, como señala en “El lugar de una dedicatoria” recoger lo que allí vio: “Madrid ha resistido hasta ayer […]. Pronto no se entenderá cómo fue. Surgirán leyendas que ocultarán a los hombres ya vivos o ya muertos que no quisieron someterse y no se entregaron porque no les parecía justo. En aquellos meses yo vivía en la Telefónica de Madrid. Quiero intentar hacer vivir a esas personas –no la verdad sino la verdad interior de todos nosotros– en un libro”.

La acción de la novela se comprime en cuatro días, del 16 al 19 de diciembre y la autora se toma ciertas licencias literarias modificando algunos hechos históricos y personales. El texto se articula como una historia coral, que le permite jugar y contar a Ilsa lo sucedido desde distintas perspectivas. Por ello, puede decirse que es el edificio de Telefónica el protagonista de esta historia, que funciona como una colmena. La novelista recoge todo lo que sucede en esas quince plantas (trece, más las dos del sótano), plasma el día a día de los administradores militares y civiles del edificio, los directivos políticos de los partidos, los corresponsales de diversos países, los responsables de la censura y la vigilancia; y los refugiados que vivían en los sótanos. Entre todo este desfile de personas y entre los recovecos de Telefónica surge la relación amorosa entre Anita Adam – Ilsa Barea-Kulcsar, una periodista alemana que acaba de llegar al edificio para trabajar como censora, y Agustín Sánchez – Arturo Barea, el comandante de Telefónica, que funciona como hilo conductor de todas las historias que se entretejen en el avispero de Telefónica.

De este modo, Ilsa presenta al lector diversos aspectos temáticos. Entre ellos destacan aquellos relacionados con la Guerra Civil. En primer lugar, pone de manifiesto la dificultad para reflejar un conflicto que se está batiendo en España, pero que tiene graves implicaciones internacionales. Asimismo, reflexiona y describe el papel y los mecanismos de la prensa y la censura en una guerra. En segundo lugar, sin tomar partido, refleja el enfrentamiento entre el fascismo y las distintas ideologías de izquierdas (comunistas, socialistas y anarquistas), así como el miedo al espionaje y a la traición. En tercer lugar, recoge el sufrimiento de la población civil, representado por los refugiados que viven en los sótanos del edificio. Otro de los aspectos que sobresalen en la novela es el discurso feminista, que en ciertos momentos, incurre en algunos tópicos. Anita Adam es el ejemplo de mujer ilustrada y emancipada que quiere servir y sirve como modelo a otras mujeres para que se liberen del yugo masculino, como se observa en la evolución de algunos personajes femeninos que pueblan el texto.

Con esta novela, Ilsa Barea-Kulcsar contribuye a la creación y conservación de la memoria de ese complejo mosaico que fue la guerra civil española. Su contribución es doble: por un lado, aporta la visión del conflicto desde la perspectiva de una mujer, a la que, por su recorrido, se le puede adjetivar de intelectual; y, por otro lado, lo hace desde la mirada de una externa, una extranjera, si bien, acabaría siendo conocida como “Ilsa la de la Telefónica”.