Un imperativo sugerente o una sugerencia imperativa. “Tacet”, de Giovanni Pozzi
Un imperativo sugerente o una sugerencia imperativa. “Tacet”, de Giovanni Pozzi
Giovanni Pozzi. Tacet. Un ensayo sobre el silencio
Madrid, Siruela
82 páginas, 12,95 euros

Las prácticas silenciarias cobran fuerza incluso entre los más escépticos, ya sea en el plano individual de los descubridores del mindfullness, ya sea, a escala mayor, en movimientos pseudohumanistas como el Quiet Revolution, cofundado por una ferviente defensora de los introvertidos, la escritora Susan Cain. Sin hacer tanto ruido, existe un número de pensadores y artistas, apologetas de lo silente, que beben de un abundante e inmemorial caldo de cultivo, el que representan las diferentes tradiciones espirituales, éticas y retóricas. En este segundo plano se debe enmarcar el librito Tacet. Un ensayo sobre el silencio del escritor italiano Giovanni Pozzi, publicado primero en Mián (2013) y recientemente en Siruela (2019).
En sus páginas, el pensador italiano expone, a través de breves epígrafes temas muy diversos en torno a esta problemática. La soledad, la dificultad de hallar el silencio, una suerte de tipología de lo silente, la relación entre silencio y palabra, y silencio y escucha, o las fases de la oración silenciosa —lectio, meditatio, oratio— que culminan en la contemplación —“ascensión contemplativa”— o en la negatividad unitiva —“la bajada aniquilante”—. Entre otras cosas, sorprende la transgresión del crítico italiano cuando emplea el concepto “eterno retorno” para referirse al bucle del contemplativo (p. 74). Para Pozzi, que podría formar parte de la comunidad de solitarios de Pascal Quignard, todo comienza en el hombre solitario, aunque proponga una soledad y un silencio imposibles. Refiere diversos métodos históricos para alcanzar esa soledad, ya horizontal —eremitas— ya vertical —estilitas—, ya dinámica —vagabundos—, ya estática —monásticos—. Este religioso del siglo XX ha asumido los avances de la filosofía a la hora de establecer su reflexión sobre lo místico; solo así se puede entender la mención recurrente de mujeres místicas antaño injustamente olvidadas, que aquí adquieren un protagonismo humilde, desde su elegida vía apofática —en lo que recuerda a María Zambrano—; en este sentido, también se comprende la relevancia concedida a la sonoridad de lo exterior, de la palabra interna o del mismo proceso de la escritura según las diversas herramientas y soportes empleados, incluidos los de la cibercultura, hasta esbozar una fenomenología del sonido ligada al cumplimiento del silencio que en el hombre debe culminar en la unión de ambos órdenes: la “palabra tácita” (p. 44).
Aunque por momentos Pozzi se sitúe en el bando de los apocalípticos (pp. 58-59), el cambio de paradigma digital no impide la posibilidad de una mística, siempre y cuando se redefinan y se adecuen conceptos milenarios. No obstante, su conciencia teleológica, esta que le lleva a mantener la defensa de los diversos estados de perfección puede chocar con el sentir posmoderno que, en parte por sumisión tecnológica y urbanita, por alienación cosmopolita y estado online, advierte el mundo como una intermitencia fenoménica. Para ellos, para nosotros, el silencio es rara vez concebido en tanto suspensión interior donde puede resonar la conciencia y la palabra, pues el silencio exterior apenas altera nuestro fluir: incluso las esperas en los andenes del tren se han llenado de palabras y emoticonos de whatsapp y el paisaje sonoro de nuestras casas es dominado por voces ajenas que llegan desde las pantallas —televisión, smartphone, ordenadores— o los asistentes artificiales —Aura, Siri—, además de reinar electrodomésticos de sonidos inarticulados. Tacet, más que un imperativo, resulta una sugerencia que puede ser experimentada independientemente de nuestras convicciones o confesión, una necesidad de redescubrimiento interior en un siglo en busca de su religación.
En el prólogo de Victoria Cirlot y Massimo Danzi, en donde se cuentan los orígenes de Giovanni Pozzi, se afirma que este ensayo constituye una rara avis en el marco de la producción de corte filológico del crítico italiano, y la primera en traducirse en España (p. 9). No obstante, han acertado los editores al colocarlo en la colección Biblioteca de Ensayo. Serie Menor, pues, durante su lectura, nos asaltan reminiscencias de místicos y de otros filósofos del silencio como Max Picard. Habría que preguntarse si se trata de evocaciones o si toda la serie de esta colección habla un mismo idioma indiferenciado en los que Cirlot, Cheng, D’Ors, Steiner, Tanizaki y, ahora Pozzi, entre otros, han creado una suerte de hermandad de pensamiento y espíritu.