Un pintor atormentado, “Goya”, de Ivo Andrić
Un pintor atormentado, “Goya”, de Ivo Andrić
Ivo Andrić, Goya
Traducción de Miguel Rodríguez Andreu
Barcelona, Editorial Acantilado
96 páginas, 14,00 euros

Este libro fue publicado por motivo del centenario de la muerte del pintor español Francisco de Goya. Plasmado al papel por Ivo Andrić (1892-1975), escritor yugoslavo al que se premió su labor en la escritura con el Premio Nobel de la Literatura en 1961; quien, a diferencia de sus otras obras en la que impera una representación de su vida natal en la Bosnia bajo el imperio otomano, dedica este libro al mítico pintor dividido en tres partes. La primera parte es una pequeña biografía sobre la vida de Goya, resaltando aquellos puntos más significativos en la vida del pintor hasta su muerte. La segunda parte del libro es una conversación con Goya en forma de monólogo en el que se expresan todas aquellas ideas que un día hicieron de Goya ese pintor atormentado cuya influencia ha trascendido hasta nuestros días. Esta conversación, de la que no se dice si es producto de la imaginación de Ivo o si está sustentada en fuentes bibliográficas, sirve como contexto a la tercera y última parte del libro, en la que se expone una amplia galería de los cuadros y grabados que se han ido nombrando a lo largo del libro.
En su biografía, se cuenta cómo Francisco de Goya vivió una vida llena de luces y sombras, con un trabajo que le marcó hasta su muerte. Desde la juventud gozó de un espíritu libre que en muchas ocasiones supuso un problema al vivir en la época de la inquisición. Su estancia a los 25 años en Italia supuso su primera era oscura, que no volvería a salir a la luz hasta los últimos años. Entre estas etapas, Goya se postuló como uno de los pintores con mayor reputación del país, pasando a formar parte de la corte real como su principal pintor, lo que significó obtener una mayor riqueza y una elevada clase social. En 1793, Goya sufrió un declive personal provocada por la desgana en su trabajo y por su mala salud, que le hizo caer enfermo. Según él, estaba enfermo de la razón o, mirándolo desde la perspectiva médica, de una depresión debida a su modelo de vida a la que se sumó una sordera progresiva. A partir de esta nueva visión su concepción artística se oscureció.
Más tarde, la guerra, las miserias humanas, los monstruos hecho hombres, las mentiras y traiciones, los rasgos más ocultos de la sociedad y la muerte de su esposa y seis de sus siete hijos atenuaron su enfermedad. Como respuesta, Goya comenzó a pintar murales tenebrosos y horripilantes en las paredes de su hogar, además de hacer grabados que se convirtieron en un diario filosófico y sentimental de su visión en los tiempos de guerra. Tras perder su creencia en el segundo mundo y en la religión, se mudó a Francia, donde murió en 1824.
El monólogo de Goya de la segunda parte del libro comienza con la oposición entre dos elementos esenciales en la vida del artista: el esplendor y la sencillez; siendo la sencillez el origen de todo esplendor. Para él, el artista supone un sujeto por el que la sociedad y el arte estarán enfrentadas, ya que todo pintor será visto como un ser sospechoso del que mucha gente nunca confiará, aunque se haya desenmascarado. A pesar de ello, muestra este trabajo como una vocación a partir de la cual tiene la posibilidad de liberarse de la vida y mostrar su verdadera existencia y resolver sus misterios personales. Estos misterios están provocados por los problemas existenciales en los que el ‘yo’ queda cara a cara contra la infinitud del ‘todo’, situación en la que el artista obtiene un papel clarificador esencial. Debido a esto, él comenta cómo siempre se ha representado de forma exagerada su lado más oscuro como pintor; aunque esto no le molesta, ya que él cree que esas formas miserables y agónicas que quedan retratadas en sus pinturas son necesarias en el arte, siendo incluso su sustento.
Goya ve el retrato como una liberación de los personajes que, a diferencia de otras artes, es la representación eterna de un alma condenada a no existir, sino solo a ser observada. La soledad que estos retratos transmitían al pintor, a menudo, le daban la necesidad de relacionar al personaje a un objeto simbólico que explicase mejor su identidad en un vano intento de darle la categoría de ser. Pero estos objetos eran inútiles puesto que, debido al paso del tiempo, solo aislaban más al personaje. Cada vez que los miramos los matamos más. Según Goya, los malos retratistas son aquellos no se atreven a matar a la persona que están retratando.
Por último, cuenta cómo en la última época oscura de su vida vio que aquello en lo que había creído en un principio desapareció de una forma ridículamente fácil sin dejar rastro, evidenciando que lo que antes parecía ser la verdad absoluta simplemente era vana niebla. La muerte, la enfermedad y la cadencia social fueron los responsables de esta nueva visión, una visión que tenía una parte negativa y una positiva: la mala era la evidencia de que nada de lo que hacemos sirve para algo; mientras que la buena instaba a aprender del pasado mítico para saber cuál será nuestro verdadero destino. De este modo, se muestra la idea de que no vale la pena aprender de nuestro alrededor, sino que hay que aprender de la historia.
La experiencia de haber visto todo, lo verdadero y lo confuso de la sociedad debido a su simpleza natural, hizo que diese más valor al mundo de las ideas que al mundo real. Gracias a este mundo pudo pintar. La enfermedad que le asoló fue el miedo a la maldad provocada por su contacto con el resto del mundo; sufría el paso de cada día como un abismo sin fondo. Así, exteriorizó estos sentimientos pintando los murales de las pinturas negras en su casa. Unas pinturas que representaban que el mundo de las leyes animales y materiales no guarda nada.
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