Barrio tinerfeño, principios de los años dos mil. “Panza de burro”, de Andrea Abreu
Barrio tinerfeño, principios de los años dos mil. “Panza de burro”, de Andrea Abreu
Andrea Abreu, Panza de burro
Sevilla, Editorial Barrett
176 páginas, 17 euros

Panza de burro es la primera novela de Andrea Abreu (Tenerife, 1995), quien, además de haber publicado tres poemarios, es periodista y dirige el festival de Poesía Joven en Alcalá de Henares. Prologado y editado por la también periodista y escritora Sabina Urraca, la novela se sitúa a principios de los años dos mil en un pueblo del norte tinerfeño. Panza de burro es la historia de unas mejores amigas, Isora y la narradora. Dos niñas preadolescentes que pasan el verano en las demarcaciones de su barrio. Un barrio marcado por la clase, opuesta a esa de las casas rurales adyacentes que la madre de la narradora limpia para los turistas. Un barrio donde las abuelas están a cargo de supervisar a las niñas, pero donde estas pueden entrar y salir de las casas y jugar a su antojo, libres y asilvestradas. Porque son vacaciones, aunque la panza de burro tape el cielo.
Panza de burro está escrita desde la expresión máxima de la oralidad de una niña de ese barrio. Con dichos, frases hechas y localismos Abreu crea un juego formal entre el habla oral de la zona, el imaginario infantil y las referencias a la cultura popular del momento. Messenger, esCRibiR a$i, Pokémon, El diario de Patricia, Aventura, Barbies, Bratz. Un registro concreto que narra con urgencia y agilidad, al ritmo del pensamiento de una edad en la que cada segundo es relevante. Un habla que le permite organizar el libro en capítulos que van desde narraciones más prosaicas con una estructura más tradicional, hasta textos cortos casi poéticos que describen sensaciones y sentimientos. Panza de burro es un conjunto de viñetas, escenas e impresiones que poco a poco configuran el universo y la amistad de las dos niñas, sin pudor y sin censura.
La autora narra la preadolescencia sin los tapujos ni los prejuicios que esconden sus rasgos a medida que pasan los años. Las niñas están en una edad en la que restregarse entre ellas forma parte de descubrir el cuerpo. Una edad en la que se habla con desconocidos por el chat Terra. Una edad en la que se sabe que probarse las bragas de una madre muerta no es lo mismo que jugar a vestirse de mujeres adultas en casa de una amiga del barrio. La amistad de las niñas tiene secretos, envidias, deseos y miedos. Isora, a quien la narradora tiene idealizada, es la que sabe más, la que enseña y la que dirige los días y los juegos. La narradora, un poco más inocente que Isora, siente la existencia de una jerarquía entre ambas. Teme que su amiga se aburra de ella y siente vergüenza por no poder expresar lo que siente, la ternura y el cariño.
Escribo esto tres semanas tras haber terminado de leer Panza de burro. Intento distanciarme del texto, ofrecer una descripción de los rasgos que puedan interesarle a un posible lector. Pero creo que sería más fácil si pudieran verme hablar de él. Gesticulando rápido, mezclando el catalán con expresiones en castellano, quizás sin razonar o justificar demasiado, todo espontáneo. Es muy difícil escribir sobre una novela tan sincera y bonita y tan auténtica. Hace unos días, antes de salir de casa para ver a una amiga, le pregunté si quería que le dejara algún libro. En realidad, más allá de su respuesta, yo ya tenía Panza de burro preparado para ella, por defecto. Pues así, prestar y regalar Panza de burro a mucha gente, por defecto.