Cuidar y restituir. “Los planetas fantasma”, de Rosa Berbel

por Feb 20, 2023

Cuidar y restituir. “Los planetas fantasma”, de Rosa Berbel

por

Los planetas fantasma, Rosa Berbel

Tusquets, Barcelona

96 páginas, 15 euros

En conversación con Idelfonso Rodríguez, Antonio Gamoneda dijo, respecto a su Descripción de la mentira: “Hubo que respirar el libro, dejar pasar el tiempo para que se leyera no el poema, sino la novela”. En el caso de Los planetas fantasma, de Rosa Berbel, la lectura novelada no es algo que aflore después, a la larga, cuando la parte sensitiva se ha asumido y pensado ya, no: el sentido narrativo del poemario es explícito y connatural en su organización, en su temática. Paradigma actual de esta estrategia, Anne Carson.

Se lee un poemario-novela sobre el amor a la vida y el final de las cosas, y así entonces también sobre la necesidad de resignificarlas, de rescatarlas a través del intersticio de lo poético: personas, casas y otros lugares tanto exteriores como interiores a la deriva, en un desierto emocional, pero también en un desierto o fin de fiesta político, medioambiental, lingüístico, haciéndose al cabo entonces necesaria la mirada — «Por qué deseamos tanto / educar la mirada», dice la poeta en “Formas de mirar”— que a todos esos frentes sobrevive y que es la que termina escribiendo los poemas que se leen, pues es la mirada devota: «Deberíamos buscar una palabra para nombrar / el gesto de quien queda en la casa / cuando todos se han ido. Esto es lo que somos. // Se llama devoción».

Sí, Berbel ha escrito un poemario sobre lo que hoy inevitablemente vivimos, aún más quienes somos ahora jóvenes y sentimos que este mundo va a ser nuestro como se siente la herencia de un mueble viejo, de aguante dudoso: cierta comezón, cierta tiritera, cierta sensación de vida yéndose —o ya ida— ante el virus de la posverdad, de la violencia y de un planeta herido y confundido. Anclada al contexto familiar y amoroso —los contextos que aún nos quedan—, la poeta nos cuenta cómo refundar el mundo y las cosas desde la sensibilidad poética, en fin, contando el intento de guardar las cosas en la estrechez relampagueante del poema, para que puedan quedar escondidas ante la extinción, ante la inanición. 

La voz de Los planteas fantasma juega a dos cosas: a guardar entre paños blancos de poesía lo que aún queda, y a tratar de resucitar con esfuerzos de devoción poética lo que ya se ha ido. En La carretera, de Cormac McCarthy, se lee: «Que así sea. Invoca las formas. Cuando no tengas nada más, inventa ceremonias e infúndeles vida». Berbel parece dialogar y readaptar a la simbología y al habla de hoy la torrentera atávica, sacra y apocalíptica de la novela de McCarthy, y lo hace con la fuerza de quien quiere cuidar y restituir, de quien quiere que las ceremonias no desaparezcan, aunque ella —seguro que irónicamente, con esa ironía de la congoja desesperada— no hable de ceremonia sino más continuamente de fiesta.

En ese sentido —el de dar cuenta del borde del mundo y del borde de lo humano, del borde de lo sacro—, “Los reconocimientos” resulta un texto preclaro: «Estoy en una fiesta / y todos mis amigos son extraños. // […] / Hemos llegado aquí y ahora debemos continuar con los ritos, / beber del mismo vaso, proteger el futuro / de las desolaciones del lenguaje». En efecto, quiere Berbel dejar claro que vivimos una transición crítica entre la existencia y la inexistencia, entre la memoria y el olvido, entre la historia y el fin de la historia, entre la palabra y el rebuzno. El fin de fiesta siempre es amargo; tras ella, la gente anda desorientada, desubicada. Berbel escribe desde esa desubicación, desde ese vértice entre dos mundos, el vértice que separa lo vivo de lo fantasmal, y lo hace solo gracias a la lucidez del medio que emplea: la poesía. Solo el pensamiento poético, artístico, intensivo, permite nuestra perdurabilidad lúcida en ese frágil vértice, en ese punto de acción, en ese punto de última consciencia haciendo «el gesto de quien queda en la casa».

Con todo, más allá de lo meramente temático, aunque incardinado inevitablemente a ello, cabe elogiar la disposición formal de las partes de la obra. Un breve análisis: sea suficiente con señalar que el desarrollo más prosaico y narrativo, y así menos sintético y quizá poético, que constituyen estéticamente las dos primeras piezas del poemario —“La muerte natural” y “La conquista del paisaje”—, se concentra y se resuelve —resolviéndose la novela— en once poemas de una costura finísima en la última pieza —“Cuando acabó la fiesta”—, que depura y zanja lo dicho en los textos precedentes para ofrecer una decantación en poesía extrema, a saber, cuando el lenguaje se pliega sobre sí mismo hasta alcanzar la paradoja sublime, esa en la que la frase se amalgama para mostrarse no arracimada sino estirada, liviana, límpida, transparente como un hilo fino, alcanzando un estado lingüístico que se rebasa así mismo. De esta manera, entre esos once poemas de “Cuando acabó la fiesta”, todos en la misma línea, aún valdría destacar por encima del resto “Las palabras y las cosas”, “Las palabras mágicas” y “Mundos paralelos”, cuarenta y ocho versos en perfecta oscilación entre explicitud y enigma. Los planetas fantasma: sazón entre fondo y forma; un gran poemario.